viernes, 28 de agosto de 2009

Tanteando (Sherish)

Llegaron a la doble puerta de la bodega. Estaba bastante descuidada. La pintura marrón oscura estaba desconchada y los herrajes estaban oxidados. Ana rebuscó en el manojo de llaves. Buscó la que tenía la etiqueta apropiada y la metió en la cerradura. Sorprendentemente, entró sin problemas y giró a la primera. Tras dos vueltas a la llave, la puerta se abrió. Lucas no andaba muy descaminado. Un pasillo central de tierra recorría todo el largo de la bodega. Tendría unos sesenta o setenta metros de largo. En los laterales, varias hileras de barriles que llegaban hasta media altura. El edificio era muy alto, de más de diez metros. Por encima de los barriles, se veían las ventanas rectangulares por las que entraba la luz. Decenas de rayos de luz atravesaban la bodega iluminando las partículas de polvo en suspensión. Los barriles se encontraban en distintos estados. Los de las hileras superiores estaban medio rotos, mientras que los de abajo estaban en mejor estado. En cualquier caso, era dudoso que se pudieran reaprovechar. Era una pena, porque había una buena cantidad de barriles.
Otro punto en el que Lucas había acertado era el del olor. Olía como todas las bodegas, a pesar de encontrarse abandonada. Los años de albergar los vinos habían dejado ese peculiar olor a vino envasado en barricas de cualquier bodega.
Continuaron andando por los pasillos, hasta llegar al centro de la bodega. Un pasillo mucho más estrecho cruzaba perpendicularmente el pasillo central acabando en dos puertas más pequeñas.
- Estas puertas deben ser las que usaban para entrar a pie - comentó Ana.
- Seguramente - confirmó Toni. El pasillo central es más ancho para permitir que entraran los camiones. Para el paso normal usarían las puertas laterales. Vamos hasta el final a ver qué encontramos. Parece que allí hay una habitación.

Se dirigieron hasta el otro extremo de la bodega. Unos metros antes de terminar, se acababan los barriles. A la derecha había un despacho. La puerta estaba abierta. No había gran cosa; dos mesas en L, con sus correspondientes sillas, un par de archivadores metálicos y en uno de los laterales, un sofá con una mesa baja.
A la izquierda había otra habitación cuya puerta estaba cerrada. Al contrario que el despacho, no tenía ventanales en las paredes, con lo que no se podía ver que contenía..
- Seguro que es un almacén -dijo Raúl. Estará lleno de herramientas y cosas por el estilo.
- Se lo comentaré a mi padre para que busque la llave. La verdad es que no sé qué piensa hacer con esto. Lo que les interesa son los viñedos. Estos edificios son más un estorbo que otra cosa. No creo que se vayan a gastar el dinero en derribarlos. Además, no se puede plantar aquí, con lo que no tiene sentido ganar más terreno.
- Pues es una pena - dijo Alicia. Están descuidados pero se podrían aprovechar.
- ¿Para qué? - preguntó Rosa.
- Ni idea, pero seguro que alguien podría encontrarles utilidad.
- En fin, la visita turística ha sido interesante - comentó Toni. Creo que es el momento de pasarnos al grupo de la barbacoa. De hecho, eso que huele no parece el vino, sino las brasas que deben estar preparando nuestros cocineros.
- La verdad es que la visita me ha abierto el apetito - dijo Raúl sonriendo.

Salieron de la bodega parpadeando para adaptar los ojos a la luz, después de la oscuridad de la bodega. Cuando llegaron al patio donde Lucas y Martín habían preparado la barbacoa, las brasas estaban listas. De hecho, ellos ya estaban comiendo un pequeño bocadillo de chorizo.
- No nos miréis así - se defendió Martín. La barbacoa da mucho calor, y sabéis que no puede tomarme la cerveza sin comer nada. Luego me sienta mal.
- ¡Pobrecito! - dijo Rosa con ironía.
- Pues ya puedes empezar a echar cosas a esas brasas, que venimos con hambre - dijo Raúl mientras abría la nevera y repartía las bebidas.
En ese momento, aparecieron los padres de Ana.
- Llegáis en el momento apropiado. ¿Qué tomáis?
- Muy amables -respondió la madre de Ana. Pues dános dos botellines.
- ¿Algo de comer? - preguntó Lucas.
- De momento no. ¿Qué tal la visita? - preguntó el padre de Ana.
- Interesante -respondió Ana, procediendo a contarle las dos visitas. ¿Qué tal vosotros?
- Lo esperado. Este año no podremos aprovechar mucho. Vendimiaremos y venderemos el vino a granel. No creo que podamos quedarnos con nada. El año que viene nos pondremos en serio con esta parte, para que podamos ampliar nuestra producción. Si nos atreviéramos a mezclarla con la nuestra este año, quebraríamos. Pero tienen buenas posibilidades. El problema es la falta de dedicación. No se pueden tener estas extensiones sin cuidarlas. Han dejado abandonados los viñedos.
- ¿Y qué vais a hacer con los edificios? - preguntó Lucas.
- Ni idea. De momento nada. Ya se nos ocurrirá algo. Mientras, podéis disponer de ellos - dijo dirigiéndose a su hija. Sé que este año andáis cortos de dinero y que os gusta iros unos días de vacaciones. No es que sea el sitio ideal y no tiene playa, pero podéis estar tranquilamente sin que os moleste nadie. Por lo menos, podéis desconectar.

Los amigos se miraron unos a otros. La verdad es que prácticamente habían renunciado a irse a algún sitio. No sabían qué hacer.

- Sin compromiso, chicos -dijo, interprentando sus caras. Me ha salido de repente. Nosotros no vamos a utilizarlos. Si creéis que podéis hacer algo con ellos, vosotros mismos.
- Nos lo pensaremos papá - se acercó y le dio un beso. Gracias por el ofrecimiento.
- Es hora de marcharnos, Ramón - dijo Ana, la madre. Dejemos a los chicos tranquilos y no les enredes con tus cosas.

Los padres subieron al coche y regresaron a Jerez. Los amigos disfrutaron de una comida larga y tranquila, y después, se fueron a buscar zonas de sombra para reposar. Al final terminaron sacando la mesa de la cocina a la zona de las cuadras. Encontraron una manguera y limpiaron el polvo de la mesa y las sillas. Las chicas se sentaron a charlar, mientras que los chicos se tumbaron a echar la siesta. Cada uno eligió el lugar que más le gustaba. Lucas se llevó una de las mantas, y se fue a la bodega, pensando que sería el lugar más fresco y tranquilo. De paso, se llevó la guitarra por si no podía dormir.

Entró por la puerta principal, que había dejado abierta antes. Le gustó la bodega nada más entrar. Se sentía bien dentro. Quizás sería la luz tenue y el silencio. Se dio una vuelta por dentro, y al cabo de un rato, extendió la manta en uno de los pasillos laterales y se echó a dormir.
Le despertó un rayo de sol que le daba directamente en la cara. Cuando se había tumbado, no daba la luz en ese sitio, pero al ir cayendo la tarde, se había desplazado el sol. No se oía nada fuera. Seguro que el resto estaba durmiendo, o habían ido a pasear. Se sentó apoyando la espalda en uno de los barriles, y sacó la guitarra. Estaba inspirado. Tenía una canción en la cabeza. Dejó que los dedos recorrieran las cuerdas. Tras un par de intentos, la melodía comenzó a sonar como el quería. Recordó que se había dejado la libreta en la furgoneta. No importaba, la melodía no se le iba a olvidar.
Estaba tan concentrado en la canción que no se había dado cuenta que las tres chicas habían entrado en la bodega. Cuando acabó de tocar, levantó la cabeza y las vio apoyadas en uno de los barriles que había enfrente.

- Bonita canción - dijo Ana.
- Gracias. Llevaba días dándole vueltas, pero hasta hoy no había conseguido hacerla salir.
- Sonaba genial - comentó Alicia. No tiene mala acústica la bodega.
- Los muros son muy gruesos para mantener el frescor - dijo Ana. Eso debe influir.
- Si no fuera por los barriles, sonaría mucho mejor - dijo Lucas.
- Pues a mi me sonaba perfectamente - dijo Rosa. ¿Puedes tocarla otra vez? Creo que no la hemos pillado entera.
- Creo que sí -respondió Lucas. No he traído papel, pero la tengo en la cabeza.

Las tres chicas se sentaron frente a Lucas. Éste se tomó una pausa larga. Ellas no dijeron nada; ya le conocían. Siempre esperaba como un minuto, y luego comenzaba a tocar. Tras la pausa, la música inundó la bodega. Ciertamente el sonido era bastante bueno. Cuando la canción terminó, el resto del grupo apareció por la puerta.

- ¡Eso no vale! - se quejó Martín. Los conciertos son por la noche y con previo aviso.
- No seas tocapelotas - replicó Alicia. Esto era el ensayo.
- Pues se ese es el ensayo, no quiero imaginarme cómo será el concierto - respondió Raúl.
- No seáis tontos - dijo Lucas riendo. Sólo estaba inventando algo. Yo no toco conciertos fuera de mi horario de servicio. Además, no habéis pagado entrada, con lo que no tenéis derecho a reclamar. Y no pienso tocar más hasta esta noche. Vamos fuera, quiero dar un paseo por los viñedos.

El final del verano

Todo lo bueno se acaba, y lo malo también.
Estamos a finales de agosto. Lo que denominamos verano convencional (en Europa por lo menos) se termina.

Con esta frase, me vienen a la cabeza imágenes del episodio de Verano Azul que trataba este tema. Recuerdo que en el episodio llovía, y todos recogían sus cosas. Los chiringuitos también cerraban y la playa se quedaba vacía. También recuerdo cuando yo veraneaba todo el mes de agosto en la playa. A veces, nos quedábamos unos días a principios de septiembre, y veía como todos mis amigos recogían sus cosas y se marchaban. Al final, nos quedábamos solos. Tampoco es que la playa se quedara desierta, es que la gente con la que habías compartido esos días ya no estaba. Y había mucha menos gente. La verdad es que daba pena.

Ahora es diferente. Hay que reconocer que el mes de agosto por aquí es tranquilo. Esta última semana menos. Comienza a volver todo el mundo. Hay más lío en el trabajo, hay más coches. Como nos hemos habituado a la calma, pues sienta fatal. Piensas que la semana que viene es septiembre. Se terminó lo bueno.
El tráfico comenzará a colapsarse, el tiempo empeorará, la gente se estresará con las rutinas diarias.

Por otro lado, tampoco viene mal el cambio, siempre que pensemos en lo bueno. Después de tanto calor, apetece un poco de fresco y de lluvia. Los primeros días de otoño en los que llueve me gustan. No hace frío, pero el cielo está gris y las calles mojadas. Huele a tierra mojada y notas en viento en la cara. Esos días me encantan. Voy por la calle y lo disfruto. Respiro hondo.
Los que me conocéis, sabéis que siempre le busco el lado positivo a las cosas. Obivamente no me voy a poner a pensar en el estrés, el frío, el tráfico, en que se acaba la piscina y todas esas cosas. Yo pienso en lo bueno de la nueva temporada.
Además, cuando queramos darnos cuenta, estaremos en Navidad...

En fin, a los que se os hayan acabado las vacaciones, ¡ánimo! Y a los que les queden unos días, que aprovechen antes de que comience el mal tiempo y no se pueda ir a ningún sitio.

Por cierto, en Sherish seguimos en verano. De todas maneras, el otoño es suave y no llueve mucho. Si os deprimís en otoño, siempre nos quedará Sherish.

lunes, 24 de agosto de 2009

El lugar (Sherish)

Jerez despierta lentamente. La cuidad se pone en marcha temprano. Al ser sábado, hay menos movimiento. Podemos encontrar a algún trasnochador desayunando antes de volver a casa. Vemos preparar los coches de caballos para los paseos de los turistas. Se espera un día de sol, como es habitual en este lugar. El clima de esta zona es muy estable. Veranos calurosos e inviernos templados con poca lluvia.

En la entrada de las oficinas de la bodega Ana revisa la furgoneta. La tarde anterior su padre le había llenado el depósito y había cargado un tablero y unos caballetes para poder montar una mesa. Vio aparecer el coche de Lucas. Con él venían Lucía y Rosa. Tras los saludos habituales, descargaron el maletero del coche y fueron poniendo cosas en el interior de la furgoneta. Todo menos la guitarra de Lucas, que iría a buen recaudo con él en la parte delantera.
Unos minutos después apareció el resto del grupo en el coche de Raúl. Cuando estuvo todo cargado en la furgoneta, dejaron los coches en el parking de la bodega y se fueron a desayunar a Jerez, donde les esperaban los padres de Ana.
Como hacía buen tiempo, desayunaron en la terraza en lugar de dentro del bar. Juntaron un par de las mesas metálicas y desayunaron tranquilamente. Desayuno típico andaluz para todos. Cada uno el café a su gusto y tostadas con aceite y tomate rallado. El pan de molletes, mucho más tierno. La presencia de los padres de Ana hacía que la conversación fuera la típica padres de amigo con amigos. No es que estuvieran incómodos, ya que se conocían de años, pero al fin y al cabo, eran padres. Estuvieron interesándose por el estado de los estudios o trabajos. A pesar de todo, pasaron un rato agradable.

Una vez que hubieron terminado de desayunar, se pusieron en marcha. El padre de Ana abría el grupo en su coche, y el resto iban siguiéndole en la furgoneta, que conducía Toni. Salieron de Jerez por la antigua carretera que va a Sanlúcar de Barrameda. Los viñedos de los padres de Ana estaban a unos cinco kilómetros de Jerez, y los que iban a visitar lindaban con ellos. Salieron de la carretera principal y siguieron por un camino lateral que rodeaba los viñedos de la familia de Ana. A la derecha veían las hileras de las viñas. No entendían mucho de esto, pero la imagen era bonita. Filas y filas de viñas que continúan hasta el horizonte. Todo pulcro y bien cuidado. Al estar sobre una pequeña colina, no se veía el final de la plantación. El camino giraba a la derecha, alejándose de la carretera a la vez que se elevaba. Cuando remontaron el repecho, a la izquierda apareció el viñedo que iban a visitar. El contraste era obvio. No estaba bien cuidado. No se distinguían las separaciones entre las hileras. Al final, sobre otro pequeño promontorio, se atisbaban unas edificaciones. Dos siluetas blancas se recortaban contra el horizonte. Eran la bodega y la casa en la que vivían los dueños. Conforme se acercaban, se podían apreciar más detalles.
La bodega era un edificio grande y alto de planta rectangular con un tejado a dos aguas. En los laterales se podía leer el nombre de la bodega sobre el fondo blanco. Bodegas Wilson. Las ventanas estaban situadas en la parte superior y se veía un gran portón doble desde donde se podía acceder al interior.
El otro edificio era una casa de dos plantas, encalada del mismo modo que la bodega. Era una casa bastante grande, lo que daba a entender que había vivido en ella una gran familia. En la parte trasera se encontraba lo que en otra época debían ser las cuadras. Se había hecho una pequeña reforma para transformarlas en un aparcamiento cubierto, así que allí fue donde dejaron los vehículos para protegerlos del sol.
Bajaron todos y se pusieron a observar el lugar. El grupo de amigos un poco más tímido, y los padres de Ana más dispuestos.
- Así que estos son los edificios que nos han tocado – dijo el padre de Ana, observando las edificaciones con mirada crítica. Esperaba encontrármelos en peor estado.
- Debe ser que han estado viviendo aquí hasta hace poco – comentó la madre. La bodega parece peor conservada, pero la casa no está demasiado mal.
- Se supone que siguen teniendo agua y luz – dijo el padre. A menos no han dado de baja los contratos. Eso debe significar que venían de vez en cuando, porque si no, no tiene sentido tenerlos activos. ¡En fin! Nosotros vamos a dar una vuelta por los viñedos, que es lo que nos interesa. Si queréis os dejo las llaves y exploráis un poco.
- Espero que no haya nada asqueroso – dijo Lucía con cara de asco.
- Eres una tiquismiquis – se quejó Martín. Dame las llaves que vamos a investigar.
- De acuerdo – dijo el padre, tendiéndole dos juegos de llaves. Las del llavero con el caballo son de la casa. Las que no tienen llavero, de la bodega. De todos modos, tened cuidado. No sé cómo estarán las estructuras.

Los padres se encaminaron al interior de los viñedos, mientras el grupo miraba los edificios. No parecían muy animados.
- ¡Vamos! – exclamó Martín. Hemos venido a esto, ¿no? Yo voy a ver la casa. El que quiera que venga detrás.

Se dirigió decidido a la puerta, mientras trataba de averiguar cuál era la llave correcta. Al segundo intento, la puerta se abrió. Algunos esperaban un chirrido en plan película de miedo.Todo lo contrario. La puerta se abrió silenciosamente. La casa olía a cerrado y las ventanas estaban cerradas. Martín probó a abrir la primera que se encontró en el pasillo. Abrió sin problemas. Después lo intentó con los postigos de madera. Aquí tuvo más problemas. Llevaban tiempo sin abrirse y al dar al exterior, se habían atascado. Después de unos cuantos golpes, cedieron.
Al ver que no había nada raro, el resto del grupo fue entrando. Lucía y Rosa fueron las últimas. Se veía que no estaban convencidas de que no hubiera cucarachas o ratas.
Tácitamente se fueron ocupando de abrir todas las ventanas de la planta inferior. Cuando hubieron terminado, la casa estaba llena de luz. Estaban todos en la cocina, que era la última habitación de la planta. Los antiguos dueños no se habían llevado nada. Las habitaciones tenían sus muebles y la cocina tenía hasta la vajilla dentro de los armarios.
- Parece que no le tenían mucho apego a los recuerdos – dijo Lucas. Estos han cogido la pasta y han dejado lo demás.
- Es como cuando vas a una casa de vacaciones. – comentó Rosa. Está todo lleno de polvo, pero está todo preparado para pasar unos días.
- No quiero ni pensar en cómo estarán los dormitorios – dijo Ana. Seguro que hasta están lo pijamas debajo de las almohadas.
- ¡Vamos a inspeccionar el resto! – animó Raúl. Hay que ver lo que hay en la casa y de paso abrimos todas las ventanas y ventilamos. Huele a cerrado.

Encontraron la escalera y fueron recorriendo todas las habitaciones que había por la casa. La casa tenía dos plantas. En la parte de abajo había un salón que ocupaba casi la mitad de la planta, un baño, un despacho cuyas ventanas daban a los viñedos y la cocina, a través de la cual se salía al patio de la parte trasera. En uno de los lados había una despensa. En la parte de arriba estaban los dormitorios. La escalera acababa en un pasillo que dividía la planta de arriba y que terminaba en el dormitorio principal. Había cinco habitaciones a cada lado con dos baños situados en la mitad del pasillo. El dormitorio principal era bastante amplio con un vestidor y un baño propio.
Una vez que terminaron de recorrer la casa, se reunieron el exterior bajo la sombra de un gran árbol.
- La casa es bastante antigua, a juzgar por los muebles – comentó Lucas. Pero la distribución es moderna y bastante funcional. Han aprovechado muy bien la amplitud de la casa. Aquí debió vivir una familia bastante amplia.
- Mi padre me contó que la familia Wilson llegó en el siglo XVIII. En algún momento del siglo XIX vivieron aquí tres generaciones de la familia. El abuelo hizo tirar la antigua casa y mandó construir ésta. Luego fueron haciendo reformas, hasta que, a mediados de los 70, los descendientes que quedaban fueron dejando la casa y se trasladaron a Jerez. Venían algún fin de semana y poco más. En los últimos años, la casa estaba habitada por una pareja de personas mayores que se encargaban de echarle un ojo a la propiedad.
- La verdad es que está bastante bien conservada – apuntó Toni. Con unos cuantos arreglos, y si no te importa vivir con unos muebles de anticuario, se puede vivir en esta casa.
- Pues a mí, esta ronda turística me ha abierto el apetito – dijo Martín. Como encargado oficial del avituallamiento de este grupo, pienso que es hora de ir tomando algo.
- Aún nos queda ver la bodega – protestó Lucía. Si nos ponemos a comer, luego nos dará una pereza tremenda ir a verla.
- Creo que yo puedo vivir sin ver la bodega – respondió Lucas. Si quieres te cuento lo que vas a ver. Abrirás el portón, olerá a vino y a corcho, te encontrarás un pasillo central con hileras de grandes barriles de roble a ambos lados. Todo estará oscuro y abandonado. Prefiero le emoción del fuego y el olor de la grasa chisporroteando sobre las brasas.
- ¡Eres un poeta! – dijo Rosa con sorna. Yo me apunto a lo de la bodega.
- Yo me quedo con Martín, que no fío de dejarlo solo con la comida – Raúl se acercó a Martín y le dio un cariñoso golpe en la espalda. El que se quiera quedar, que se pase al lado de los materialistas.

El resto del grupo denegó la oferta. Conocían de sobra a Martín y Raúl. Siempre se encargan de las barbacoas. Al final terminaban bebiendo el doble que los demás y picando todo el rato. Pero se lo pasaban bien, y lo cierto es que cocinaban muy bien. Los dos se pusieron a montar la parilla y a buscar madera, mientras los demás se dirigían hacía el otro edificio.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Ponga un tocapelotas en su vida...

Alguno ya tendrá una sonrisilla en sus labios. Empezamos bien.

Ante todo, hay que hacer una distinción fundamental. Existen los "amigos tocapelotas" y los "tocapelotas". Hay una gran diferencia entre ellos. El eslogan trata sobre los amigos, para que quede claro.
Los otros, son personas de caracter agrio y amargo, cuyo único objetivo en la vida es joder a los demás. Los tenemos en todos los lugares claves de nuestra existencia. Están en el trabajo; el ejemplo claro es esa persona con la que tratamos casi a diario (cliente, usuario, compañero,...) que está todo el día poniendo pegas y enrareciendo el ambiente. Se quejan todo el día, nada de lo que se hace les gusta, no comprenden las cosas. Los tenemos también en los lugares de nuestra rutina; el conductor de autobús que no espera aunque te vea correr, el camarero que te hace esperar o que no te pone lo que quieres, el dependiente que pone pegas a todo lo que quieres comprar, y un largo etcétera. Los tenemos en el vecindario; el tío del bar que te aparca en la puerta a pesar de que le has dicho que deje el vado libre, el vecino que protesta por todo y no quiere cambiar nada, ese niño que deja caer la canica contínuamente en el piso de arriba, la vecina que anda en tacones desde las seis de la mañana hasta que se acuesta. Y como no, los tenemos en la familia, y aquí hay que joderse; el cuñado quisquilloso que está siempre pinchando; la suegra metijosa que opina de todo (siempre en contra) y que no le gusta nada de lo que haces; ese primo que siempre tiene mejores cosas que tú.
Estos son los tocapelotas que nos rodean y nos ponen de mal humor.

Mi eslogan, como he dicho antes, se refiere a la otra categoría de tocapelotas. Son los amigos que siempre hay que tener. Son un valor seguro. Siempre van a estar ahí. Siempre ponen ese tono cínico e irónico necesario para dar pie a una conversación (discusión amistosa). Sabes que nuncan se van a callar y que te van a decir lo que piensan. Lo estoy diciendo en serio. Son los amigos que hacen que se entablen conversaciones entre el grupo, que animan las veladas, que impiden que nos aburramos. Y lo hacen de buena fe. Son queridos e imprscindibles.

Seguro que ya tenéis uno. Si no es así, compradlo o alquiladlo. No os arrepentiréis.
Vuestra vida ya no será igual. Ya no será aburrida. Las conversaciones tendrán más chispa, más mordacidad. Nadie quedará indiferente.

Me despido.

P.D.: Sigo trabajando en Sherish. Ya tendréis noticias mías.

lunes, 17 de agosto de 2009

El origen de la creación

No os emocionéis pensando en una disertación filosófica o religiosa sobre el origen del mundo. No es el momento.

Esto va sobre algo más básico

¿Os habéis preguntado alguna vez cómo nacen las obras?
¿Cómo hace un pintor para empezar un cuadro? ¿O el escultor con su obra? ¿O el compositor? ¿O el escritor?

Me imagino que cada uno tendrá su técnica. Si se ha estudiado carrera de algo de esto (si es que la hay o si tiene sentido) supongo que habrá unas técnicas. Luego, cada maestrillo tendrá su librillo y cada uno se apaña como puede.

Al hilo de unas palabras mías, uno de mis graciosos lectores (tengo más de uno???) me llamó esquizofrénico. Lo voy a explicar para evitar malentendidos. En cualquier caso, creo que cualquier creación es un acto de locura; mayor o menor, pero locura al fin y al cabo.

Yo empiezo con una idea. La manera de llegar a esa idea puede ser variada. En su época, cuando hacíamos concursos de relatos, se ponía y tema y todos teníamos que ceñirnos al mismo. En este caso la idea ya la tenemos. Esto es una ventaja y un inconveniente. Por un lado, ya sabes de lo que tienes que escribir, pero por otro, a lo mejor eso no te inspira (es decir, no te pone). No está mal, pero a mi no me gusta demasiado. Yo prefiero llegar por mi mismo a la idea. ¿Y cómo llego a ella? Pues por mil caminos. Yo soy una persona muy observadora. Me encantar mirarlo todo y fijarme en los detalles, al menos, en los que soy capaz. Me gusta observar personas y situaciones. Mi cabeza va funcionando. Es como si estuviera constantemente buscando ideas. Cuando se me ocurre una, la archivo. Ahora os imagináis que voy por la calle, y que me paro de repente, saco una libreta del bolsillo y un lápiz y me pongo a anotar cosas. ¡Muy mal! No llevo ni libreta ni lápices. Como mucho el itouch, que me sirve de agenda y bloc de notas (soy un friki, lo siento). A lo que iba, lo anoto, pero en la cabeza (guau). Como tengo la cabeza como la tengo, a veces se me pierden, y es una putada porque son grandes ideas. Pero en general, no se pierden. Se quedan ahí y van madurando. Evolucionan y cambian (en este punto, estais pensando que vais a llamar al manicomio para que me vengan a buscar). Haced lo que queráis, pero funciona así. La "serie" que estoy escribiendo se basa en una idea antigua, de hace unos años, que ha ido madurando y evolucionando en el archivo. Es como el buen vino, lo metes en la barrica (de buen roble envejecido) y lo dejas madurar. Mi cabeza no es de roble (aunque es bastante dura) y no maduran malas ideas en ella.
Ya tenemos la idea. Unas veces considero que ya ha madurado lo suficiente y la saco a la luz rápido, y otras, se queda semanas, meses o años dando vueltas. Por ejemplo, si necesito hacer un regalo, la idea la consigo más o menos rápido. Es un vino joven; ácido y fresco. A veces salen buenos y otras veces, normalitos. Siempre queda la duda de que habría sido si la hubiera dejado madurar.

Idea conseguida. Siguiente paso.
Esto no es una ciencia, así que no siempre seguimos los mismos pasos. Normalmente, pongo el título. ¿El título? Ya os veo de nuevo, buscando el teléfono del manicomio. Parad un momento. Para mi, el título marca y encamina la historia. No es lo mismo un relato que se llame "El misterio del moco verde" que "El refugio". Este último tiene más fuerza, da más juego, es intrigante, marca el tempo de la historia. Pues eso, le pongo un título. A veces no es el definitivo, pero varía poco, siempre en la misma linea.

Ya casi lo tenemos. ¿Qué coj**es tenemos? estaréis pensando. Una mísera idea y un titulillo. Este escritor de pacotilla no se como una rosca. Calma. Tenemos la idea (que sabéis que evoluciona) y el título. Ya podemos empezar a contar algo. ¿El qué? Pues es obvio...

Una imagen. Si todavía no os habéis ido, creo que podemos llegar hasta el final. Pues yo me imagino una imagen. Como cuando empieza una película. Veo a un grupo sentado en un bar. Veo una princesa en la ventana de su torre. Veo un hombre andando bajo la lluvia. Todo influido por la idea y el título. Ahora viene un momento crucial; hay que ponerle nombre al personaje. Os aseguro que esto me lleva su tiempo. Más del que pensáis. Probablemente sea capaz de escribir una hoja antes de ponerle un nombre a un personaje. A veces no. Si la imagen es buena, el tío tiene el nombre implícito. El de la lluvia se llama Luis, se le ve en la cara. Luis tiene pinta de andar por la calle con la que está cayendo. La princesa es Lucinda. Un nombre de princesa de relato no puede ser normal. Una princesa de relato no se puede llamar Paqui, Lola.

Pues ya lo tenemos. Ahora hay que dejar que cobren vida. Hemos llegado al origen de la esquizofrenia. A mi los personajes me van contando la historia. Yo tengo un rumbo (no rombo, que de esos tengo dos que giran sobre su eje) pero los personajes son libres. Ellos me dicen y yo lo escribo. Normalmente, se salen de lo que yo había pensado, pero eso no es un problema. Los personajes están vivos y viven sus historias. Yo narro esas historias. Contar la mía es muy aburrida, y mis personajes tienen mucha más chispa.

Ya está. ¿Y cuánto dura la historia? Lo que dure (...dura, jeje). Si tengo un límite, pues me voy adaptando, les digo a los personajes que vayan acortando y punto. Que no hay limite, pues hasta que los personajes tengan algo interesante que contar.

No os vayáis todavía, que queda lo mejor. El final. ¿Cómo hacemos el final? ¿Alegre o triste? ¿Abierto o cerrado? ¿Boda o entierro? ¿Beso o asesinato? En este caso, aunque los personajes me ofrecen su versión, el puto jefe soy yo, y el final lo pongo yo. Elijo el que me apetece en ese momento, o el que veo que mejor le pega a a historia. En general, me gustan los finales no felices y abiertos. Esos que os dejan cara de tonto pensando que qué he querido decir. ¿Nos va a contar más después? ¿Tenía que morir la princesa? ¿Por qué la protagonista se va con el malo malísimo? Si no os gusta, mala suerte. La verdad es que el final marca un poco la historia y a veces, cometo el error de cerrar demasiado rápido la historia y no cebarme en el final. Pero es que esto, aunque parezca que no, es difícil.

Espero que estas líneas os hayan ayudado a comprender cómo se hace una historia, o por lo menos, cómo las hace Mr Deditos.
Si oigo una ambulancia, saldré corriendo, por si acaso.

viernes, 14 de agosto de 2009

Sherish

Lo auncié esta mañana, y lo voy a cumplir.

La serie (con vuestro permiso la voy a llamar así) trata de un grupo de amigos que.... (no os voy contar la trama, que así tiene más emoción)

He creado un grupo que va a vivir una serie historias que iré publicando por capítulos. No creo que cada capítulo sea una entrada en el blog, porque habrá algunas que sean largas. La serie se llama Sherish. ¿Y por qué se llama así? Pues ya lo iréis averiguando. Si soy capaz de hacerlo, le pondré una etiqueta a todas las entradas del blog que tratend de la serie, para que sea fácil buscarlas o verlas todas juntas.


Aquí dejo el prólogo (y con esto llevo tres entradas del blog en dos días).


Los amigos estaban sentados en una de las mesas del bar. Tres chicas y cuatro chicos. Era un grupo variopinto; los había serios, cómicos, dicharacheros, nerviosos, despistados, algún que otro con dones artísticas y todos con una cosa en común, la amistad que les unía.

Solían quedar en el bar a tomar algo y hablar de sus cosas. Últimamente, los ánimos estaban un poco decaídos. Casi todos habían terminado los estudios y andaban trabajando en lo que les había salido. Nada interesante, pero al menos les dejaba algo de dinero.

Martín había estudiado Derecho. Era el único que no trabajaba. No tenía tiempo. Andaba opositando. Sólo le quedaba una tarde libre, que usaba para quedar con sus amigos. Estudió Derecho por eliminación, ya que era lo único a lo que podía optar con posibilidades de acabar. Cuando terminó, la vía más segura era opositar. Llevaba dos años y un examen fallido. Su humor se había avinagrado hasta el punto de que el chaval chistoso de hacía unos años se había convertido en un insufrible cínico.

Toni no tenía carrera. Hizo FP y cuando terminó se puso a trabajar con un amigo de su tío. Delineante, con aspiraciones artísticas, sobrellevaba su trabajo como podía. Era un puesto seguro, con pocas complicaciones, pero sumamente aburrido.

Lucía era la genio del grupo. Desde pequeña demostró tener una cabeza increíble acompañada por un don de gentes fuera de lo normal. La gente enseguida congeniaba con ella. Estando ella era difícil que un grupo de personas discutiera o se aburriera. Sus padres estaban separados y no se podían permitir pagarle una buena carrera. Se sacó el Secretariado Internacional y trabajaba en una empresa de la ciudad. Su jefe era un imbécil y hacía un trabajo que no le gustaba.

Ana era la belleza del grupo. Alta, pelirroja, ojos verdes. Comía como una lima y bebía como un cosaco pero su figura no se resentía. Trabajaba en el negocio de su familia. Poseían unos viñedos y tenían su propia bodega. Les daba lo suficiente para que toda la familia viviera holgadamente.

Raúl era el mayor del grupo. Había estudiado Química y trabajaba de comercial de una empresa farmaceútica. Espontáneo y algo alocado, se casó con una americana en el último año de carrera. Se divorciaron al cabo de unos dos años. Cuando acabó la carrera estuvo un año en Estados Unidos, pero se cansó, se divorció y se volvió a España.

Lucas era el artista. Estudió piano en Madrid, y vivía de la música. Durante el día daba clases de música y por las noches tocaba en un garito. Tenía un don para la música. Componía sus propias canciones. Tenía una cartera de clientes a los que vendía sus composiciones. Películas, documentales, anuncios, cantantes y grupos, algunos conocidos llevaban su música.

Rosa, era la conciencia del grupo. Seria y con la cabeza bien amueblada, estudió Psicología y trabaja en un Instituto de Educación Secundaria. Estaba de sustitución y el puesto no era muy bueno, pero le dejaba mucho tiempo libre y tampoco tenía otras opciones.

Rosa acababa de llegar. Estaba un poco deprimida.

- ¡Qué asco! Termina el curso, y me han dicho que el curso próximo se reincorpora la persona a la que sustituyo. Me han dicho que me mantienen hasta octubre, pero que después me tengo que ir. Y no hay ningún otro puesto vacante.

- ¡Vaya! - exclamó Ana. Llevamos una racha espantosa. Lucía está al borde de la dimisión, Raúl cada vez tiene menos visitas y ahora lo tuyo.

- A mi me ha bajado bastante mi cartera de alumnos - comentó Lucas. De momento no hay problema, porque tengo mis otras cosillas, pero no sé cómo va a venir el futuro.

- Pues yo sigo estudiando, a pesar de que no hay prevista ninguna convocatoria para este año - el ánimo de Martín tampoco era muy alto.

- Hay que hacer algo para animarnos - dijo Ana. Estamos en verano y somos unos muermos. Mis padres han comprado los viñedos colindantes con los nuestros. Los hijos de los anteriores dueños han ido desatendiéndolas desde hace años. Malvendían la cosecha sin casi beneficio, y al final, han decidido deshacerse de ellos y repartirse la pasta. Mis padres llevaban tiempo estudiando quedarse con los viñedos. Piensan que invirtiendo un poco de pasta, les podemos sacar un buen rendimiento.

-Veo que al menos al alguien le van bien las cosas - comentó Lucía. Es envidia sana - dijo sonriendo a Ana.

- Gracias. Mañana vamos a ver los edificios que tenían. Mis padres no saben qué hacer con ellos. Nosotros reformamos nuestras bodegas hace un par de años y creemos que no necesitamos sus edificios. Tenían una bodega, que no han conservado muy bien y una casa donde vivían los padres antes de morir. Parece una casa grande. Mis padres quieren echar un vistazo a ver qué se les ocurre. Podríamos ir todos y pasar el día allí.

- ¡Un día en el campo visitando edificios abandonados! ¡Algo que no podemos dejar pasar! - el tono de Toni era jocoso.

- ¡Eres un capullo! - soltó Raúl. Ana nos propone cambiar de aires con algo distinto y no sabéis apreciarlo. Vamos a poner un fondo y compramos cosas.

- Yo llevo mi parrilla portátil -respondió Toni, algo arrepentido. Seguro que hay sarmientos de sobra. Necesitamos mucho hielo y mucha bebida.

- ¿Podemos pasar la noche allí? -preguntó Lucas. Por la noche ya no hace frío. Si encontramos un lugar un poco cubierto, nos llevamos los sacos de dormir y montamos una juerga nocturna. Hace siglos que no nos vamos de acampada.

- Esto ya está mejor - dijo Ana.

Todos estuvieron de acuerdo y comenzaron a hacer planes y a repartirse las tareas. Mientras, Ana llamó a sus padres para comentarles el plan y de paso, para pedirles permiso. No hubo ningún problema.

Estuvieron toda la tarde comprando lo necesario y haciendo los preparativos para el día siguiente. El padre de Ana les dejó una de las furgonetas de la bodega. Lo hacía siempre que se iban de acampada o de viaje. Quedaron todos a las 10 de la mañana del sábado. Los padres de Ana irían delante con su coche y los chicos en la furgoneta. A media mañana, los padres se volverían y ellos se quedarían hasta el domingo. El padre de Ana les había comentado que seguro que encontrarían algún sitio medio cubierto para pasar la noche.

Dos seguidos

Seguro que alguno de mis lectores calenturientos estará pensando en algo un poco más sexual. Según los hermanos Serrano eso se denomina "tener la mente sucia".

Pero no hablamos de esto. Me refiero a que debe ser un hecho histórico en este blog que haya publicados dos entradas seguidas. Estoy en racha, no lo puedo evitar. Debe ser el efecto "agosto".

El problema de esto es que no tengo mucho que contar, pero me hace ilusión escribir algo todos los días.
Hoy regresan mis monstruitos. Se acabó la calma. Creo que hemos descansado lo suficiente y podremos superarlo.

Aprovechando la racha, me he puesto a escribir algo. No es un cuento ni un relato (por cierto, ayer estuve revisando las cosas publicadas en el blog, y me encantan. A ver si me presentan al deditos, que deber ser un tío majo). Tampoco es un libro. De hecho, ahora deben ser algo así como veinte líneas, pero la idea está en la cabeza. Ahora sólo falta darle forma y que los personajes comiencen a "contarme cosas". Pensaréis que se me ha ido la pinza, pero así es como me salen las cosas.
En fin, a lo que iba contando. Se me ha ocurrido montarlo en plan serie, pero en vez de por la tele, en el blog. Tengo los personajes, tengo la localización (aunque geográficamente no la he situado todavía), tengo el hilo conductor y creo que ideas suficientes para bastantes capítulos. Ahora me falta el tiempo y las ganas. De momento, tengo de las dos. Cuando me falten, dadme un poco de caña para que me ponga las pilas.

No os voy a avanzar mucho (hay que crear expectación). Pongo las primeras lineas.

Los amigos estaban sentados en una de las mesas del bar. Tres chicas y cinco chicos. Era un grupo variopinto; los había serios, cómicos, dicharacheros, nerviosos, despistados, algún que otro con dones artísticas y todos con una cosa en común, la amistad que les unía.

Si os portáis bien y se da bien la cosa, pongo durante el día el mini-capítulo piloto.

Buen día a todos

jueves, 13 de agosto de 2009

El retorno

Aprovechando el verano y que tengo poco lío, voy a hacer el enésimo intento de darle vidilla a esto.
Hoy toca limpieza, porque después de tanto tiempo sin entrar, está todo lleno de polvo y telarañas.
Encima hace un calor horroroso y voy a sudar la gota gorda.
...
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Tras el esfuerzo, esto vuelve a estar presentable. Ya se me había olvidado lo bien que se está aquí.
¿Pensáis que seré capaz de actualizar esto con periodicidad?

Las intenciones son buenas. Con un poco de suerte, hasta puedo hacer una entrada diaria. Breve, pero diaria. Ya veremos.

Por lo demás, el verano ha sido distinto. Ni mejor ni peor, sólo distinto. Viajecito para arriba, viajecito para abajo; hemos montado una guardería en casa durante unos días. Yo pensaba que se me iba a dar peor, pero los chicos y chicas se han portado bien y no han alterado mi humor.
Después de eso, la calma. Sin niños en casa. La verdad es que se agradece, pero también se termina echando de menos el jolgorio y le ruido. En estos días te da tiempo de hacer cosas que no has podido hacer, pero después de mucho tiempo se le echa de menos.

Por cierto, anoche estuve un rato intentando ver las famosas "Lágrimas de San Lorenzo" pero sin suerte. Aunque vivimos en un pueblecito alejado, sigue habiendo demasiada luz. Se ven bien las estrellas, pero para fenómenos de este tipo hay que irse a un lugar sin luz. Además estaba medio nublado y con mucha luna. Una pena. Esta noche probaremos otra vez.

La crisis, bien. Dicen que los precios han bajado (????) sobre todo por el petróleo. Pues me da a mi, que el Instituto de Estadística está tomado por becarios (con todo el respeto), porque la gasolina está cara, cara.

La gripe porcina, también bien. Hace un par de semanas, en mi trabajo recibimos un correo diciendo que se había detectado un posible caso, y que si teníamos síntomas que nos fuéramos a casa y que no volviéramos en una semana. La gente de alrededor tuvieron que irse al servicio médico a que los miraran. Y aparecen los de limpieza con guantes y mascarilla a desinfestar el sitio. Como en las películas. Lo raro es que no tuviéramos un éxodo masivo de trabajadores.

El tiempo, raro. Mucho calor y muchas tormentas vespertinas (justo cuando yo llego a casa para joderme la piscina).

Seguiré informando.