martes, 29 de enero de 2008

La Iglesia y sus..."cosas"

Voy a tocar un tema tabú. La Iglesia y su manera de hacer las cosas. Espero no ofender a nadie, y si es así, que me perdone. Mi opinión no es más que eso, una opinión y pretendo ser objetivo.

Sorprendentemente, yo me he criado en un ambiente religioso (muy religioso diría yo), pero creo que llega un momento en tu vida que ves la luz. En el colegio, iba a un colegio privado, que era laico, pero con bastante influencia religiosa. Yo pienso que incluso influencia del Opus. Pero era bastante suave. También hay que mirar la época, finales de los 70. Había que rezar al iniciar las clases, al finalizar las clases, con algún profesor el Ángelus a las 12, pero sólo teníamos un par de hora de religión a la semana, y ningún profesor era cura. En el instituto, mucha menos influencia, Religión (obligado por mis padres, que eso de “Ética” a saber lo que era) un par de horas y punto. En la universidad, como era jesuita, estudié Teología, Pensamiento Social Cristiano, que era el estudio de las encíclicas y las doctrinas de la Santa Iglesia de Roma, y tenía bastantes profesores curas. Pero eran jesuitas, y hombres de ciencia, enseñaban su materia y sin influencia.

Con este currículum sorprende mi actitud actual. Pero es que hay que ser serio y objetivo. Yo iba a misa, pero me aburría como una ostra. Lo que decían (y dicen) los curas me parece poco real, alejado de la realidad e hipócrita. Siento ser tan crudo, pero cuando oía los sermones me parecía que el tío que estaba allí subido vivía en otro mundo. A lo que iba, yo iba a misa porque había que ir. Iba con mis amigos, nos sentábamos al fondo, como en los autobuses, y pasábamos de todo. Luego, cuando podía, me escaqueaba de ir, sin que se enteraran mis padres. ¡Ridículo! El último día que fui a misa y que decidí no ir más, estaba ya en la universidad, y al oir al cura, me pareció tan hipócrita estar allí cuando no prestaba atención y no estaba de acuerdo, que me salí y me prometí no entrar más. Era una cuestión de principios. Hacer algo con lo que no estás de acuerdo no es bueno.

Luego, como todos sabéis, yo leo mucho. En los libros encuentras otras maneras de ver la Historia, o conoces las atrocidades que ha hecho la Iglesia a lo largo de los siglos. No voy a entrar en detalles, pero los datos están ahí. Evidentemente podéis pensar que los libros son escritos por enemigos de la Iglesia. Es posible, o no, pero es otra manera de ver las cosas, y te abre la mente. Al final la historia está ahí, y sólo hay que consultarla.

Evidentemente, la Iglesia está formada por personas, y un buen número serán buenas personas que creen en lo que hacen y que lo que quieren es ayudar a los demás. Chapó por ellos. Me parece estupendo. Recordando una frase de mi libro favorito, e pregunto ¿y para hacer eso hay que guardar celibato y pertenecer a una secta? Pues no.

¿Y entonces por qué te casaste por la Iglesia?¿Y por qué has bautizado a tus hijos? Pues por una razón de ceremonia. En el caso de la boda, es una cuestión de costumbre, y porque no me importaba. Hay que agradar a la familia en estas ocasiones. Y puse mis condiciones. No hubo misa, ni comunión; sólo la ceremonia. Con mi educación no podía comulgar sin confesarme, y personalmente, confesarme de cosas que iba a volver a hacer, me parecía fatal. Lo del bautizo, más de lo mismo. Tenemos un problema la gente de estas generaciones, y es que nos han enseñado cosas tan profundamente, que nos da miedo, en el fondo, ir en contra. ¿Cómo no iba a bautizar a los niños?¿Para que no se le quitara el pecado? Eso son enseñanzas profundas que nos cuesta negar. ¿Y si…? Para que vamos a forzar. Claro que si lo piensas, hay que joderse. Los niños nacen en pecado. Quien haya visto un bebé no puede estar de acuerdo. Esas pobres criaturas indefensas, no pueden ser malas. Un poco coñazo y ruidosas vale, pero pecadoras. No me jodas.

Y el sexo es malo y es pecado y el fin del matrimonio es procear y sólo se puede tener sexo si el fin es tener hijos. ¿Cómo se puede ser tan hipócrita, arcaico, alejado de la realidad, etc? Los curas tienen relaciones sexuales y quien diga lo contrario miente. Puede que haya algunos que guarden el celibato, pero no es la norma. Y además, no es racional. El sexo es una necesidad física y no se puede vivir sin él, al menos porque alguien lo imponga.

Y luego viene mi hijo y me dice que los árboles y los mares los ha creado Dios porque se lo ha dicho la profesora de Religión. Y yo me tengo que morder la lengua, y le intento explicar lo que es una metáfora. Y no entiende ni papa, y lo que le quedará para el resto de su vida es la imagen del dedo de Dios creando el mundo en siete días. Si por mi fuera, no estudiarían eso. Prefiero que aprendan a ser buenas personas y a ayudar a los demás, y para eso no hay que estudiar religión. Porque ya puestos, ¿por qué hay que estudiar la religión católica? ¿Qué pasa con la judía, la protestante, el budismo, el islamismo,…? Es que los islamistas son unos bárbaros y unos fanáticos. Yo no les voy a defender. Es una pena que se hayan quedado en el siglo XIII o por ahí, cuando fueron los que promovieron el progreso y la ciencia. Pero se quedaron en esa época. Pero si comparamos a los cristianos con los islamistas en esas épocas del pasado, no se diferenciaban en mucho. De hecho, eran mejores ellos. Nosotros expulsamos a los judíos para quedarnos con su pasta, y les acusamos de herejes y de adorar al diablo, e invadimos el mundo bajo el signo de la Cruz, sembrando el pánico, el miedo y la barbarie por el mundo. Como los árabes ahora (los más extremistas) pero unos siglos después. Y no muchos, que la Inquisición existía hasta hace poco.

En fin, que me caliento. El que quiera ser afín a una religión, perfecto. Yo no me voy a meter ahí. Cada uno hace lo que quiere. Yo, por mi parte, prefiero pasar.

Y no me preguntéis si creo en Dios o si hay algo por el universo, porque no sabría responder. De hecho, no podría. Conforme me han educado no puedo ser objetivo. Supongo, o espero, que haya un Dios, y que lo que hacemos en esta vida tenga sentido, porque si no, para qué vamos a hacer las cosas bien. Pero, ¿un único Dios Todopoderoso y Magnánimo permitiría lo que ocurre en el mundo? Por mucho que argumenten que un padre tiene que dejar que sus hijos se equivoquen para que aprendan, yo hay cosas que no concibo que se puedan permitir, como que maten a los niños, o que se exterminen razas, o que la gente muera de hambre, o que unas personas decidan que hay que matar a alguien.

No sé, tengo mis dudas…

Repito, esto es mi opinión, y respeto las de los demás. Leedlo con la mente abierta y sin prejuicios.

martes, 22 de enero de 2008

La tecnología en nuestra vida

A menudo pienso en lo que sería la vida cotidiana sin la tecnología que tenemos ahora. El mundo se ha convertido en un esclavo de la tecnología. A mi personalmente, me gusta, y estoy al tanto de los nuevos avances y de los juguetitos que salen al mercado.

En unos 10-15 años, nuestra vida y nuestro día a día han dado un giro radical.

Empecemos por el trabajo. Desde mi punto de vista, el cambio es brutal. Yo recuerdo, cuando era pequeño, que a veces iba a ver a mi padre al trabajo y los ordenadores no sabían ni lo que eran. Los puestos de trabajo tenían una mesa y un montón de archivadores, donde se guardaba toda la documentación del trabajo. Se trabajaba con bolígrafo, lápiz y papel. También con máquinas de escribir, que si tenías suerte y era una empresa moderna, podían ser eléctricas, aunque lo normal es que fueran de las de toda la vida. El teléfono, si eras jefecillo, a lo mejor tenías línea directa y aparato en tu sitio. Si no, tenías que llamar por la centralita. Al igual que si te llamaban a ti. Había que llamar a la centralita y te pasaban.

Yo sin ordenador no puedo trabajar. Quizá cetor sí que pueda, aunque no sé cómo iba a facturar…Si encima me quitáis el teléfono, podemos decir que soy un inútil (más aún). Si a esto le quitamos Internet (para usos laborales) podría estar sentado en mi sitio, que no creo que fuera muy eficiente. Lo que no termino yo de entender es cómo se las apañaban sin ordenadores. ¡Una oficina sin ordenadores! ¡Sin Excel! ¿Cómo calculaban todas las cosas? ¡Sin correo electrónico! ¿Cómo convocabas una reunión? ¿Cómo mandabas documentos a tus compañeros? ¿Cómo te enterabas de las cosas del trabajo o de la empresa? Me vais a perdonar, pero para mi es alucinante. Si comparamos la eficiencia laboral de ahora con la de hace 20 años, no creo que llegara ni al 1%.

Vayamos a nuestra vida diaria. Empecemos por el principio. Te levantas y te vas a calentar la leche. ¡Coño! No hay microondas. ¿Y cómo me caliento la leche? Pues está claro. Coges un cazo, le echas la leche, enciendes el gas (tampoco hay vitrocerámica) y esperas. Y tienes que estar ahí, porque si te pasas, la leche se sale del cazo. Mientras esperas, te pones a ver la tele. Supongamos que tenemos tele. Pero no hay mando a distancia, y los canales no están guardados en la memoria. Hay que girar la rueda con mucho tiento para ver la tele. Y te pones a mover las antenas para que se vea algo. Mientras, la leche ha empezado a hervir y se te ha salido del cazo, pringando la cocina. ¡Mierda! Encima no hay lavavajillas y hay que lavar a mano el cazo, que está todo pegado y no sale ni con espátula.

Ya hemos vuelto del trabajo, o del colegio/instituto/universidad. Queremos oir música. Me gusta la quinta canción del disco de Mocedades (hay pocos artistas, no hemos llegado a la globalización y la mayoría de nuestros artistas son nacionales). El tocadiscos no funciona, porque la puta aguja de diamante se ha doblado y en la tienda te han dicho que las traerán para el próximo mes (no es de extrañar, hay que hacer el pedido a mano, hacer tres copias, mandar una por correos, con lo que con un poco de suerte tardará una semana, esperar que los fabricantes vayan al almacén a ver si quedan, luego agruparlos en un pedido y repartirlos). No nos queda más que intentarlo con el cassette. Hay que pasar con cuidado la cinta hasta que reconozcas la canción y, con suerte, a la tercera habrás llegado al inicio de la canción.

Como no tienes ganas de volver a repetir la operación, decides llamar a alguien por teléfono. Espero que no sea a tu novia. Explico por qué. Por supuesto sólo hay un teléfono en el salón (no existen los móviles; luego les dedico un párrafo) y es fijo, con el cablecito que te limita tu autonomía a metros. El teléfono está en el salón, al lado del sillón o del sofá donde se sientan tus padres. La escena no tiene desperdicio. Tu acurrucado en la esquina, evitando que tus padres oigan la conversación (que sí, que te quiero mucho, que te echo de menos, que sí, que te doy un besito), tus padres, con dolor de cuello, de mantenerlo rígido para disimular que no están haciendo caso (en el fondo están espiando lo que dice el chaval, que seguro que la arpía esa le está lavando el coco). Por no hablar de que intentes hablar con tus colegas para organizar una fiesta. No puedes decir “el alcohol ya lo pillo yo, vosotros pasaros a ver si pilláis unas chinas, y si no, el fortuna a palo”. Hay que hablar en clave: “¿A merendar? Pues no sé. ¿Quieres que lleve unos batidos? Vale. Tu llevas las magdalenas”. Espero que haya entendido las claves, que si no, me veo de botellón mojando las magdalenas en el batido de vainilla.

Sigamos con la estrella de la tecnología. El móvil. ¿Cuánto hace que tenemos móvil? ¿10 años? ¿Os acordáis de ellos? Cuarenta centímetros de largo, quince de ancho, con antena (otros diez centímetros). ¿Qué hacíamos antes cuando queríamos hablar con alguien? Pues le llamábamos a casa y con suerte estaba solo en el salón y podíamos hablar cómodamente. Y si te ibas de vacaciones, perdías el contacto con tu mundo. Podías mandarle una postal a tus amigos, pero probablemente llegaras tú antes. Y no podías mandar sms (“compra el pan”, “estoy reunido”, “voy a llegar tarde”), no podrías llamar a nadie cuando estás pedido y no sabes cómo llegar a un sitio, o cuando estás comprando algo y necesitas confirmación. O simplemente para hablar desde la calle mientras esperas. Recuerdo el estrés de no querer moverme de casa cuando estaba buscando trabajo por si llamaban para una entrevista y no estaba en casa.

¿Y las cámaras de fotos? Antes hacías una foto y tenías que esperar a que se acabara el carrete y revelarlo para ver cómo habían salido. Normalmente hacías la foto de tu vida, y salía movida, o borrosa, o se jodía el carrete. Ahora miras cómo queda y si te gusta bien, y si no, la borras.

Y por supuesto, no tendríamos foros y blogs…

jueves, 17 de enero de 2008

La música

¿Os imagináis un mundo sin música? O algo peor ¿Os imagináis que la banda de nuestro queridísimo Teddy Bautita y el Rey del Pollo Frito dominaran este mundo?

No podríamos disfrutar de la música, lo que sería una catátrofe

Hay que reconocer que la facilidad que hoy tenemos para tener y oír cualquier grupo, artista, banda, orquesta que exista hace que el valor de la música (y no hablo del monetario) haya caído en picado. Yo recuerdo que antes, cuando querías conseguir un disco, tenías que ahorrar para comprarlo, o convencer a alguno de tus amigos para que se lo comprara o que buscara a alguno de sus otros amigos a ver si alguien lo tenía. Y luego lo grabábamos en cintas de audio. Casi todos vosotros sabéis lo que es. Al resto ni se lo explico, que busquen por Google. Mis antecedentes se remontan a una edad muy temprana. En mi casa siempre ha habido un tocadiscos y algún equipo para grabar la música de los discos. Hay que entender que el tocadiscos era un objeto importante y se encontraba normalmente en el salón. Si querías oír un disco, había que pedir permiso para ponerlo. Recuerdo el esmero de mi padre al poner un disco. Sacaba con cuidado el vinilo de su fundita de plástico, sacaba la gamuza de limpiarlo y lo limpiaba siguiendo la dirección de los surcos, sacaba el cepillo para limpiar la aguja (diamante o zafiro) lo limpiaba con el inconfundible “ras, ras” en los altavoces. Luego se colocaba el disco y manualmente (los tocadiscos con posicionamiento automático son más modernos) colocaba la aguja con esmero en el inicio del disco. Como podéis entender, esto no lo podía (o los padres no querían) hacer un mocoso manazas de menos de 14 años. Y luego no podías ir hacia detrás o hacia delante porque eso no se podía hacer en los tocadiscos. Tenías que levantar la aguja y colocarla en el surco que separaba las canciones. Y si tenías mal pulso, rallabas el disco.

Así que inventaron los radio-casetes que de portátiles tenían poco, pero al menos los podías manejar mejor y podías pasar las canciones. Claro que como se te engancharan las cintas, había que ser ingeniero para arreglarlo.

Yo tenía una platina (se llamaban así los buenos equipos para hacer el hi-fi) Sony, con control de volumen de grabación y agujas que marcaban el sonido del altavoz derecho e izquierdo. Y comprábamos unas cintas de cromo, que costaban una pasta y grababas los discos con esmero, y como siempre sobraba espacio en las cintas, al final de cada una, grababas restos de otros discos.

Yo eso lo hacía desde pequeñito, y no había canon y la gente no se preocupaba tanto de las copias personales. Y conseguir un disco era una odisea. Antes cuando salía un disco importante llegaba a España, meses o incluso un año después y esperaba ansioso para comprarlo, y se lo grababas a tus amigos y ellos estaban encantados y te debían una; cuando ellos se compraban algo, le pasabas una cinta y a esperar a que tuviera tiempo de grabarla.

Entonces sí que apreciabas un buen disco, porque te costaba conseguirlo. En mi caso, cuando llegaba el verano, ya un poco más mayor, veníamos a Madrid, y yo daba la lata para que me llevaran a Madrid Rock (el local pequeñito de la calle Mayor) y yo estaba encantado.

Yo creo que esto hacía que los discos fueran sublimes. Los grupos sacaban discos cada varios años y, desde mi punto de vista, eran mucho mejores que los de ahora. Los discos de ahora no son espectaculares. Son buenos, con muy buena calidad y muy buenos arreglos, pero hace años que no cae en mis manos un disco de los buenos buenos.

Aún así, yo no podría pasar sin la música. La música te acompaña. Oyes diferentes cosas según tu estado de ánimo. En mi caso, cuando tengo un día malo, en el coche pongo algo cañero a todo trapo, que me anime. Y cuando estás de bajón, eres un poco masoca y te pones cosas lentas y melancólicas para regodearte en la tristeza.

Por no hablar del poder de la música. A mi me pasa que determinadas canciones, las tengo ligadas a algunos momentos del pasado, y cuando las oyes, te sientes trasportado años atrás a momentos inolvidables. Normalmente son buenos, pero no siempre tienen que ser así.

Por ejemplo, si escucho Midnight Oil y su “Beds are burning” me veo en un pub de Linares, con mis amigos, jugando a una máquina de petacos o al billar, mientras tomábamos un tercio (el presupuesto no daba para más). Si escucho Nick Kamen y su “Promise myself” me acuerdo de cuando comencé a salir con mi mujer (o sea cuando empezamos a ser novios). Si escucho Danza Invisible y su “Club del alcohol” me acuerdo de las juergas con mis amigos, porque era la canción que nos gustaba y la que poníamos cuando los padres de alguno se iban y nos dedicábamos a atracar el mueble bar (sin que se notara). Si escucho a Rodrigo Leao (supongo que ninguno sabe quién es) y su “Ave mundi luminar” me recuerda a la primera vez que leí los Pilares de la Tierra, porque es un disco instrumental que oía mientras leía, y lo tengo asociado al libro. Y así con muchas otras canciones, que me llevan al pasado y que ahora mismo no recuerdo, pero que si sonaran en la radio o en algún sitio, automáticamente me refrescarían la memoria y harían aparecer una sonrisa en mis labios.

viernes, 11 de enero de 2008

Un mundo sin fin

Yo lo llamaría mejor Un mundo con fin, porque el libro tiene final.
Ya he acabado la segunda parte de los Pilares de la Tierra y como sospechaba y os había comentado en mi último mensaje, no es comparable a su predecesor.

Ya sabéis que las opiniones son como el culo, cada persona tiene uno/a (y algunos/as apestan). La mía es que yo no habría escrito esta segunda parte. Ambientada 200 años después, la relación que guarda con su original es la ciudad donde se desarrollan los hechos y el vínculo familiar de algunos de los personajes con los del primer libro. Por lo demás, creo que en este libro hay más historias entrelazadas, porque hay más personajes, pero ninguna con la intensidad del anterior. El truco que nuestro amigo Ken ha dicho que utiliza (tampoco hacía falta que lo dijera porque es obvio en sus grandes libros) es el que los personajes acaban de resolver una crisis cuando surge otra; demasiado esperado. También podría decir que algunas situaciones son como los de la primera parte, y eso les hace peder la gracia.

Pero no penséis que el libro no es bueno. Todo lo contrario; como ya dije es muy bueno, pero las comparaciones son odiosas. Yo no lo habría escrito (intelectualmente es imposible, porque no me da), y si me hubiera decidido, había hecho una segunda parte de verdad, en la que continuara la historia de Jack y Aliena, que viajarían a Cherburgo a ver a su familia, y desde allí, iniciarían un estupendo viaje por Europa donde compararían la catedral de Kingsbridge con el resto, y donde Jack acaba construyendo algo espectacular, mientras en Kingsbridge el conde Thomas comenza una reforma que le enfrenta con Jonathan, el nuevo prior. ¿Os imagináis?
En cualquier caso, sí que es cierto que el final de este libro me gusta más. El de los pilares de la tierra no me gusta. Como dirían mis críticos mosca-cojoneros, es apresurado y rápido. En este libro es parecido, pero más emotivo (consiguió ponerme los pelos un poco de punta).

Dice que va escribir una tercera parte. Como cualquier libro de Ken Follet será bueno, y lo compraré, pero nunca será como el primero, que repito es el mejor libro que yo he leído, y que suelo leer cada año. Y me sigue enganchando, aunque hay partes que paso más rápido porque ya no me llenan tanto.

Por cierto que ayer me acordé de nuestro amigo Cetor. Vi en la tele que volvían a sacar la colección de Ken Follet en los kioskos, con lo que puede que consiga la segunda parte de los Pilares de la Tierra y lo pueda leer. Yo no podría haber esperado tanto a tenerlo. Además, es un libro que yo no recomiendo en edición de bolsillo, porque es una tortura con la letra tan pequeña. Yo lo tengo en edición grande, y fue el primer libro "bueno" que me compré. Debió ser por el 98, y ya lo había leido una par de veces. Desde entonces no hay año que no lo vuelva a abrir. Ahora mismo lo estoy leyendo de nuevo (soy adicto). Supongo que como siempre, cuando lo acabe, me entrarán ganas de empezarlo de nuevo. ¿A vosotros no os pasa?

martes, 8 de enero de 2008

2.008. Nuevo año

Antes de nada, Feliz Año a todos.

Por el momento, mi primer día de trabajo de año es tranquilo. He conseguido leer todos mis correos, retomar las cosas pendientes que tenía, y todavía no me han dado la lata. Debe ser que no me han visto, o que me están dando un poco de tiempo. Va a ser que esto último, así que estoy acumulando fuerzas.

Mis vacaciones han sido tranquilas. Demasiado tranquilas, diría yo. Todavía me puedo poner el cinturón en el mismo agujerito, aunque con algo más de presión. Otros años ha sido peor.
Estoy leyendo "Un mundo sin fin", que es la continuación de los Pilares de la Tierra. Fue uno de los regalos de mi cumpleaños. El libro está bien. Al principio más lento que el otro. Debo llevar unas 700-800 páginas y el libro me gusta. Ha ido mejorando conforme avanzaba. En cualquier caso, no está a la altura de su predecesor. A mi me encanta Ken Follet, y he leído la mayoría de sus libros. El tío escribe muy bien y engancha. Yo ya me esperaba algo así. Una segunda parte es algo muy complicado. Y no estoy diciendo que el libro no me guste. Me gusta bastante y me engancha. Cuando prefiero leer a jugar a las consolas, es que el libro es bueno y no puedo dejarlo. En este caso ha sucedido. Pero no se puede comparar a los Pilares de la Tierra; yo iría más lejos y diría que no es tan bueno como "Un lugar llamado libertad" o "Una fortuna peligrosa". Aún así, ojalá supiera yo escribir algo parecido a eso, aunque sea en un 20%. Otra cosa que hace que no cumpla los baremos de libro extraordinario, es que, por el momento, no me ha hecho llorar, ni me ha puesto los pelos de punta. En los Pilares de la Tierra, yo ya había llorado como una magdalena un par de veces. Eso hace que el libro gane puntos. Ya os contaré cuando lo acabe. Imagino que para el fin de semana.

Después de esta disertación, y cumpliendo mi última promesa del año pasado, he recuperado el relato que hice para el cumpleaños de kiara de 2006 y lo pongo. Voy a trabajar sobre él, y ya iréis teniendo noticias. Aunque antes de ponerme con él, tengo otro trabajito que también os contaré...

Por cierto, el relato no tiene título, así que le he llamado "Sin título".

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Gruesas gotas de lluvia chocaban contra la ventana. A través de la ventana el paisaje era espectacular. El cielo tenía un color plomizo y su reflejo le daba al mar unas tonalidades oscuras, sólo rotas por las espumosas crestas de las olas que el fuerte viento levantaba.

Protegida del exterior, Ana contemplaba absorta el paisaje. Nada más que por eso, merecía la pena estar allí. De hecho, una de las razones de aceptar aquel trabajo fue el poder estar cerca del mar.

Hará cosa de dos años, un amigo le propuso participar en este trabajo. Ana estaba en la playa dando un paseo, cuando se encontrón con Ángel, trabajador social en el ayuntamiento del pueblo.

- Precisamente he estado pensando en ti -le comentó Ángel.
- ¿Y eso?
- Mira, el alcalde me ha estado contando un proyecto y la verdad es que en cuanto acabó, pensé que podías encajar perfectamente.
- Pues cuéntame eso tan interesante
- ¿Te suena el nombre de Juan Madir?
- Me suena.
- Juan Madir es amigo de la infancia del alcalde, además de ser una persona con una gran fortuna. Su tía-abuela le dejo bastante dinero de herencia, y entre un poco de suerte y que es muy inteligente, se ha hecho con una fortuna considerable.
- ¿Y qué tiene que ver conmigo?
- Al grano; como medida para pagar menos impuestos, Juan Madir crea fundaciones sin ánimo de lucro con fines sociales. La última se le ocurrió el pasado verano, cuando cenaba con nuestro alcalde. Entre unas cosas y otras surgió el tema de crear una fundación aquí, en el pueblo.
- ¿Y qué va a hacer una fundación en el pueblo?
- Te explico. La idea es buena. Juan Madir tenía en mente crear una institución que atienda a personas que necesiten apartarse de sus entornos. Su idea es ayudar a personas que hayan sufrido algún trauma, que pueda solucionarse con una terapia suave y en un lugar ajeno a todo lo que conocen y que les pueda recordar el origen de los problemas. Formarán un consejo que estudiará posibles casos y seleccionará aquellos que encajen con los perfiles establecidos.
- ¿Y qué pinto yo en un manicomio?
- No es un manicomio -le recriminó Ángel. Es un sitio para apartarse de los problemas para casos especiales. Y lo que tú pintas, es que quieren que, independientemente del personal médico o asistencial que forme parte de la fundación, lleve la casa. Ya sabes, preparar la casa, llevar la cocina, la limpieza, y cosas así.
- Pero si yo no he trabajado nunca en un hospital -comentó Ana, no muy convencida.
- No es un hospital. Tienen pensado acondicionar la antigua casa del acantilado. Con las reformas necesarias, puede dar cabida a unas veinte personas. Podrías participar desde el principio, y decidir sobre todo lo que no tenga que ver con cuestiones terapéuticas.
- No sé. -Ana meneó la cabeza, aunque en el fondo ya estaba pensando cómo hacerlo.
- El alcalde me ha pedido consejo, y yo he pensado en ti. Todos te conocen en el pueblo, alcalde incluido. Juan Madir sólo ha pedido conocer a la persona, para ver cómo es. Aunque nos ha dicho que se fía de nuestro criterio, y que aceptará nuestras propuestas.

Los dos miraron al horizonte, evocando los mismos recuerdos.
Ana se marchó del pueblo a estudiar a Madrid, donde vivía con sus tíos. Se convirtió en profesora de gimnasia, y se puso a trabajar en un colegio de Madrid. Pasados un par de años, en unas jornadas sobre educación, conoció a Miguel, un joven que junto con otro socio, había fundado una empresa que organizaba eventos y convenciones.
Después de un año, en el que se dedicaron a conocerse, Ana y Miguel se casaron. La empresa iba bien, así que aprovechando el embarazo de Ana, ésta dejó la educación, y se puso a ayudar en la empresa. El trabajo era más tranquilo, y, además, le permitiría, cuando naciera el bebe, seguir trabajando sin dejar al bebe.
Cuando el bebe, una niña a la que llamaron Yolanda, tenía apenas dos años, Miguel murió en un accidente de tráfico.
Ana aguantó en Madrid unos meses, pero después, su estancia allí sin Miguel era insoportable. Siempre habían jugado con la idea de mudarse a un lugar cerca del mar; un mar que Ana añoraba. Así que le vendió al socio de Miguel su parte de la empresa, y volvió a casa.

Vivía en casa de sus padres, y con el dinero que obtuvo de la venta, podía vivir holgadamente sin necesidad de trabajar, al menos hasta que Yolanda fuera un poco mayor.

Ahora, años más tarde, se le ofrecía una oportunidad, que bien mirada, no podía venir en mejor momento. Yolanda tenía diez años, los padres de Ana habían muerto con escasos meses de diferencia, y no tenía nada con lo que llenar los huecos de su soledad.

- Acepto -dijo asintiendo enérgicamente con la cabeza.

Lo meses siguientes fueron de constante ajetreo. Contrataron una empresa para reformar la casa, siguiendo las peticiones del equipo médico de la fundación, y de Ana, que aportó sus ideas. Una de ellas fue la cocina, creada de nuevo, como un anexo en uno de los laterales de la casa. Ana se ofreció, no sólo a gestionar la logística de la casa, sino a hacer labores de cocinera. Para ello diseñó una gran cocina, con un gran ventanal que miraba al mar, y una zona acristalada, con salida a un porche, desde donde se podía observar el camino de subida a la casa.

Las imágenes de la inauguración, pasaron por su mente. Juan Madir acudió a la fiesta de inauguración y quedó gratamente sorprendido por cómo había quedado la casa. No faltaron halagos para Ana. Juan Madir era una persona seria, pero cordial, que parecía encontrase muy cómoda de vuelta al lugar que le vio nacer.

Mirando de nuevo el mar revuelto, no pudo menos que pensar en lo apropiado del tiempo. Iba a ser un día gris, y el tiempo acompañaba. La tarde anterior, el director del consejo asesor de la fundación llamó para decir que el propio Juan Madir iba a ocupar una de las habitaciones libres de la casa. La sorpresa fue mayúscula. Nadie sabía qué le ocurría al señor Madir.
Desde ese momento, todo el mundo comenzó a ponerse nervioso. Se revisaron todas las cosas varias veces, se limpió a fondo toda la casa, se hicieron pedidos especiales para que no faltara nada, y se discutió sobre qué habitación iban a darle. Las habitaciones eran muy agradables; todas tenían un baño completo dentro, y cada una era diferente de las demás. Cada habitación tenía unas características que la hacían apropiada para determinados pacientes.
Al final, decidieron trasladar al paciente que ocupaba la habitación de la buhardilla, para dejársela al señor Madir. La habitación era, sin duda, la mejor de la casa. Apropiada para pacientes que no quisieran o no debieran relacionarse con los demás, ya que poseía una escalera exterior que permitía entrar y salir, sin pasar por la puerta principal. Normalmente la puerta estaba cerrada con llave para que el paciente no pudiera salir y entrar a sus anchas, pero en ocasiones se dejaba abierta para casos que no requirieran esa atención. Además, se usaba como habitación de invitados, cuando, excepcionalmente, alguien de fuera necesitaba pasar alguna noche en la casa.

Sus reflexiones se vieron interrumpidas por la aparición de un coche por el camino de subida. Sin duda el coche del señor Madir.
Ana cogió el teléfono y marcó la línea del director médico.

- Hola Luis. Creo que ya están aquí.
- Gracias Ana. Voy para allá y salimos a recibirle.

Resguardados de la lluvia bajo el porche, los dos observaron la llegada del coche. Se detuvo en la entrada y el chofer acudió presto con el paraguas en la mano, a abrir la puerta del pasajero.
Un Juan Madir demacrado bajó del coche con una carpeta bajo el brazo.

- Buenos días. - su voz sonaba débil. Espero no causar muchas molestias.
- Para nada -contestó el doctor. Nunca es una molestia una visita suya.
- No es una visita de cortesía -respondió con una media sonrisa. Y no me habéis de usted, por favor.
- Bienvenido señor Madir -Ana se acercó a saludarle.
- Juan, pro favor.
- De acuerdo. Es mejor que pasemos. Con este tiempo nos vamos a quedar helados.

Los tres pasaron a la casa, seguidos por el chofer, que portaba una maleta.

- Gracias Eduardo -le dijo Juan, dirigiéndose al chofer. Ya puedes volver a Madrid. No te voy a necesitar.
- De acuerdo señor. Cuando necesite mis servicios, llámeme.

Cuando el chofer hubo cerrado la puerta, Ana y Luis miraban a Juan, un tanto indecisos.

- No creo haber visto la casa por dentro -comentó Juan. En la inauguración, apenas pisé la casa.
- Podemos dejar la maleta en mi despacho y luego enseñarle la casa -sugirió Luis.
- Adelante.

Se encaminaron al despacho de Luis, que estaba al fondo de la planta baja. Una vez dejada la maleta, salieron al pasillo.
La planta baja tenía la enfermería al lado del despacho de Luis, un comedor y una sala de recreo a continuación del pasillo, y al final el recibidor y la cocina en la esquina opuesta.
Las dos siguientes plantas, tenían 12 habitaciones cada una, y en la última planta la buhardilla donde se alojaría Juan.

- Además -puntualizó Ana-, en el sótano están los almacenes de material y de cocina y una sala de gimnasia.
- La verdad es que le hemos sacado partido a la casa -comentó Juan.
- La casa era una residencia de verano de una familia muy numerosa, que venían con los sirvientes. Las reformas han hecho el resto.
- Si no os importa -dijo Juan-, me gustaría explicaros qué me ha traído aquí. ¿Podemos ir a un sitio tranquilo?
- Ana y yo solemos tomar una taza de café en la cocina. Es un sitio tranquilo, las otras salas comunes siempre tienen gente.
- Perfecto.

En la cocina, Juan les contó que llevaba un año muy movido, con problemas en las empresas, con el divorcio de su mujer y que hacía un par de días sufrió un infarto. El médico le recomendó tranquilidad y que bajara el ritmo.

- Era justo lo que estaba esperando, aunque sin saberlo. Llevaba meses intentando cerrar temas, pero siempre aparecía algo. Siempre piensas que si no haces tú las cosas no las hará nadie mejor, y eso casi acaba conmigo. Ya acabó con mi matrimonio y no quiero que acabe con nada más. He dejado todo en manos de los demás. Les he dejado poderes para hacer lo que quieran. En el fondo, pueden funcionar sin mí. Así que, como necesito tranquilidad, y deseo dar un giro a mi vida, pensé volver aquí, si había hueco.
- Lo hay -ratificó Luis. Pero creo que debemos hacerte una revisión completa, fijarte una dieta y una rutina de ejercicios para controlar tu corazón. Es la rutina habitual para casos como el tuyo.
- Creo que eso puede esperar hasta mañana -dijo Ana. Veo a Juan cansado. Una buena y sana comida, una siesta y un paseo por la playa, si el tiempo nos da un respiro, y mañana estará mucho mejor.
- Suena estupendamente -respondió Juan con una sonrisa.