viernes, 18 de diciembre de 2015

Cuento de Navidad 2015. Las dos mellizas

Voy a intentar seguir con la tradición navideña y escribir un cuento de Navidad. Sé que no lo hago todos los años, pero lo intento.
Lo cierto es que no estoy demasiado inspirado para escribir, pero lo voy a intentar.

Lo haré como homenaje a dos personas que ya no están con nosotros y que me lo dieron todo y son los "culpables" de gran parte de lo que soy hoy. Espero que estéis juntos allá donde sea y que desde allí sigáis velando por nosotros.






CUENTO DE NAVIDAD 2015.

Érase una vez, en el país de las naranjas y los melocotones, que vivían dos mellizas infelices.

La suya era una historia triste. Perdieron a sus padres siendo pequeñas. No es que ahora fueran mayores; tenían doce años y hacía tres que se quedaron huérfanas. Desde entonces, vivían con su tío y su segunda mujer. Su tío era un hombre serio que se pasaba todo el día trabajando y que no tenía demasiado tiempo para darles cariño. Su esposa, era una mujer amargada que se casó con él pensando que las tierras que poseía le darían las riquezas necesarias para vivir como una reina. Se equivocó. La tierra era buena, pero demasiado extensa. No disponían de dinero para poder contratar ayuda y las cosechas de cada año daban para subsistir, pero para poco más. Si a esto sumamos unos años malos de clima y que cuando las mellizas se fueron a vivir con ellos, supusieron dos bocas más que alimentar y poco ayuda en los campos, Gabriela, que era su nombre, tenía un carácter agrio y pagaba su frustración con las niñas. Jonás, su tío, dejaba hacer a Gabriela, inmerso en sus propias preocupaciones. No es que no quisiera a sus sobrinas, sino que no quería ver el mal caracter de Gabriela.

Luz y Yasmín, que así se llamaban las mellizas, intentaban pasar lo más desapercibidas posible, aunque eso no era sencillo. Vivían en una pequeña casa de madera, a pie de los campos que cosechaban. Cuando volvían del colegio, Gabriela les obligaba a hacer las tareas de la casa y los fines de semana, tenían que ayudar en los campos. Gabriela hacía lo mínimo y siempre les recriminaba a ellas que no hacían nada. Así transcurrían los días. En invierno, cosechaban naranjas, en verano, los melocotones y entre medias, preparaban y arreglaban los campos. Muchas noches, al acostarse, Luz oía llorar a Yasmín. Yasmín era la más dura, pero cuando pensaba que Luz estaba dormida, daba rienda suelta a su tristeza y lloraba. Recordaba los felices días que pasaban en familia.
Todo era diferente. Su madre era costurera y su padre carpintero. Trabajaban duro y habían conseguido una clientela amplia y contenta. Les había costado en los inicios pero, con el paso de los años, no podían quejarse. Trabajan duro pero vivían holgadamente. En primavera caminaban hasta el lago y pasaban muchos días allí, comiendo en la orilla y jugando con las niñas. Acudían animales a beber y no se asustaban e includo alguno más valiente, se acercaba a olfatearles. Las niñas habían pedido un perrito y sus padres les dijeron que estaban esperando a una camada de alguno de sus conocidos que fueran de fiar para coger uno. Sus preferidos eran los perros de agua, blancos y negros. Uno de los clientes de su padre tenía una hembra y ya tenían apalabrado quedarse con uno de los cachorros cuando llegara la camada. Desafortunadamente, sus padres fallecieron antes de que nacieran y sus tíos se negaron en rotundo a tener un animal en casa.
Yasmín revivía todos esos momentos, siempre que podía. Cada vez, le costaba más recordar los rostros de sus padres. Los recuerdos eran difusos. Sí que recordaba la voz de su madre. Dulce y suave, sobre todo cuando les cantaba para dormir. Su madre les cantaba bonitas canciones para dormir todas las noches sin falta. Aunque estuviera cansada y no tuviese ganas, siempre les cantaba a sus niñas. Una canción más corta, pero era un momento especial para ellas. Esas canciones, las seguía recordando y, a veces, hasta se atrevía a tararearlas. Solía ser cuando Luz estaba enferma o muy triste y ella hacía lo posible por animarla.
Luz era más sensible. Al contrario que Yasmín, que era más racional, Luz se dejaba llevar por las emociones y por ello, llevaba peor la muerte de sus padres y la vida que llevaban.

Un día de diciembre, Yasmín se despertó con frío y con una sensación de calma. Gabriela había tenido que irse con su madre, ya mayor, que se encontraba enferma. Se había marchado hacía unos días y no la esperaban hasta dentro de unas semanas. Además, un frente frío estaba dejando frío, hielo y nieve en la región, lo que no era habitual. Eso hacía que los caminos estuvieran bloqueados y que la gente evitara desplazarse.
Con esa sensación, se levantó de la cama. Miró por la ventana y vio los campos nevados y un sol que, tímidamente, asomaba por el horizonte. Lía se despertó en ese momento.Bajaron a la planta de abajo y se encontraron con su tío Jonás, que había encendido la chimenea y estaba preparando el desayuno.

- Buenos días, chicas -saludó, con rostro serio.
- Buenos días, tío -respondieron las chicas, yendo a darle un beso.
- Seguimos con el frío y la nieve -dijo Jonás. Espero que dure poco o tendremos problemas con la cosecha.
- Ya lo he visto -comentó Yasmín.
- Si queréis, podéis ir a dar un paseo al lago. Yo tengo cosas que hacer por aquí y vosotras no podéis ayudarme mucho.

Las niñas se miraron, cómplices. En el fondo, pensaban lo mismo; como su tía no estaba por allí, su tío les daba el día libre y les liberaba de sus tareas.

- ¿Seguro tío? -preguntó Yasmín, que era más sensata y quería asegurarse.
- Estad tranquilas. Con este tiempo, poco podemos hacer. Id y divertíos. Pero tened cuidado -apostilló, señalándolas con el dedo.
- Claro, tío.
- Venga, desayunad y os preparo un tentempié por si estáis más tiempo de lo que esperáis. Hay que ir bien alimentado si se sale con este tiempo.

Las dos niñas se sentaron en la mesa a dar buena cuenta del desayuno. Probablemente, fuera el mejor día en años. Sus ojos brillaban de alegría. Se miraron y se entendieron a la perfección, como buenas mellizas.
Al rato, estaban en la puerta, perfectamente pertrechadas. Gorros, guantes, bufandas y recias botas altas. Se despidieron con un fuerte abrazo de su tío y corrieron por el sendero, camino del lago.

El camino iba en sentido contrario al campo de cosecha, desde detrás de la casa. Se bordeaba un pequeño bosque y al poco tiempo se llegaba a un repecho, desde el que se veía el lago y el resto de campos de alrededor. Las dos niñas pararon un instante a contemplar la estampa que tenían frente a sus ojos. Los campos estaban blancos. Sólo algunos de los caminos, que eran los que más se transitaban estaban despejados. Al fondo un cielo azul y limpio y a sus pies el lago de color azul oscuro, reflejando el cielo. El lago hacia curva continuando hacia la izquierda. Nunca pasaban de este lado. Bajando el repecho, había un amplio claro y a la derecha otro pequeño bosque, que separaba diferentes campos de labranza.

Hicieron lo que en otra época habían hecho; corretearon por la orilla, se tiraron bolas de nieve y saltaron y jugaron como hacía mucho tiempo. Al cabo del rato, echaron una manta en el suelo y se sentaron a los pies de un árbol cercano, con el rostro sonrojado y felices. El sol calentaba lo suficiente como para no tener frío. Se quedaron dormidas un rato.

Comenzó a escucharse una lejana voz canturreando. Una voz cálida y ligeramente familiar. La sensación de calor se acentuó. Incluso parecía que la luz era más brillante. Yasmín abrió ligeramente los ojos. Tenía la impresión de que si se despertaba del todo, la voz se callaría. Con miedo abrió los ojos del todo y miró alrededor. Su hermana Lía seguía dormida con una cara de paz. La voz seguía cantando, pero no se veía a nadie por el lugar. Tampoco sabía identificar de dónde provenía la voz. Parecía proceder de todos sitios y de ninguno a la vez. Oyó un ruido y se volvió. Su hermana Lía estaba despertándose. De repente, tuvo el presentimiento de que si se encontraban las dos despiertas, la voz terminaría y le invadió una profunda tristeza. Lía miró alrededor, con cara de sorpresa.

- ¿Mamá? -susurró, buscando el origen de la voz por todos sitios.
Yasmín la miró con lágrimas en los ojos. Sentía la misma mezcla de tristeza y alegría.
- Mamá no está - dijo dulcemente Yasmín abrazando a su hermana.
- Es su voz, seguro. Tiene que estar por aquí -respondió tercamente Lía.
La voz se había silenciado. Un profundo silencio envolvía a las niñas. Sus mentes seguían conectadas. Estaban seguras de que la voz era de su madre pero, a la vez, sabían que eso no era posible. Sus mentes libraban una batalla absurda entre la razón y el deseo.
Algo les llamó la atención junto al bosque. Giraron la cabeza y divisaron una pequeña manada de perros. Uno de ellos, más grande, comenzó a caminar cautelosamente hacia las mellizas seguido de dos pequeños clones. Una perra de agua y dos de sus cachorros. La madre se plantó delante de las dos niñas que estaban pasmadas. Las miró con unos ojos profundos y conocidos, familiares. Los dos cachorros, dos hembras juguetonas, adelantaron a su madre y corretearon alrededor de Yasmín y Lía, poniendo sus pequeñas patas en las piernas de las niñas, saltando y corriendo.
La madre lanzó un ladrido y los dos cachorros se sentaron al lado de las pequeñas. Se acercó a ellas y les lamió tiernamente las manos. Yasmín y Lía se arrodillaron junto a ella, con lágrimas rodando por sus mejillas. La perra les lamió las lágrimas, recostó la cabeza es sus regazos y suspiró de placer. Estuvieron así unos segundos, luego la perra se levantó lentamente y tomó el camino de vuelta al bosque. Antes de desaparecer por el bosque, se giró. La escena era enternecedora. Yasmín y Lía estaban arrodilladas en la nieve, llorando, cada una con un cachorro a su lado que intentaba morderles cariñosamente las manos. Pareció que la perra levantaba los labios como sonriendo, luego giró la cabeza y se adentró en el bosque. En ese instante la voz volvió a sonar brevemente.

Las dos hermanas de levantaron y se abrazaron largamente, siendo conscientes de la magia del momento. Luego volvieron a casa, seguidas de dos juguetones perros de agua, blancos y negros.

Cuenta la leyenda que en el país de las naranjas y los melocotones nunca más volvió a nevar y que cada Navidad dos familias, con sus camadas de perros y llevadas por sus dos madres, pasan el día de Navidad a orillas del lago y que las dos hermanas miran al bosque colindante, donde suele aparecer brevemente una preciosa perra de agua a la que saludan con gran cariño. Y en los días de mucho viento, parece escucharse una dulce voz que canta canciones que reconfortan a sus habitantes.