viernes, 18 de diciembre de 2015

Cuento de Navidad 2015. Las dos mellizas

Voy a intentar seguir con la tradición navideña y escribir un cuento de Navidad. Sé que no lo hago todos los años, pero lo intento.
Lo cierto es que no estoy demasiado inspirado para escribir, pero lo voy a intentar.

Lo haré como homenaje a dos personas que ya no están con nosotros y que me lo dieron todo y son los "culpables" de gran parte de lo que soy hoy. Espero que estéis juntos allá donde sea y que desde allí sigáis velando por nosotros.






CUENTO DE NAVIDAD 2015.

Érase una vez, en el país de las naranjas y los melocotones, que vivían dos mellizas infelices.

La suya era una historia triste. Perdieron a sus padres siendo pequeñas. No es que ahora fueran mayores; tenían doce años y hacía tres que se quedaron huérfanas. Desde entonces, vivían con su tío y su segunda mujer. Su tío era un hombre serio que se pasaba todo el día trabajando y que no tenía demasiado tiempo para darles cariño. Su esposa, era una mujer amargada que se casó con él pensando que las tierras que poseía le darían las riquezas necesarias para vivir como una reina. Se equivocó. La tierra era buena, pero demasiado extensa. No disponían de dinero para poder contratar ayuda y las cosechas de cada año daban para subsistir, pero para poco más. Si a esto sumamos unos años malos de clima y que cuando las mellizas se fueron a vivir con ellos, supusieron dos bocas más que alimentar y poco ayuda en los campos, Gabriela, que era su nombre, tenía un carácter agrio y pagaba su frustración con las niñas. Jonás, su tío, dejaba hacer a Gabriela, inmerso en sus propias preocupaciones. No es que no quisiera a sus sobrinas, sino que no quería ver el mal caracter de Gabriela.

Luz y Yasmín, que así se llamaban las mellizas, intentaban pasar lo más desapercibidas posible, aunque eso no era sencillo. Vivían en una pequeña casa de madera, a pie de los campos que cosechaban. Cuando volvían del colegio, Gabriela les obligaba a hacer las tareas de la casa y los fines de semana, tenían que ayudar en los campos. Gabriela hacía lo mínimo y siempre les recriminaba a ellas que no hacían nada. Así transcurrían los días. En invierno, cosechaban naranjas, en verano, los melocotones y entre medias, preparaban y arreglaban los campos. Muchas noches, al acostarse, Luz oía llorar a Yasmín. Yasmín era la más dura, pero cuando pensaba que Luz estaba dormida, daba rienda suelta a su tristeza y lloraba. Recordaba los felices días que pasaban en familia.
Todo era diferente. Su madre era costurera y su padre carpintero. Trabajaban duro y habían conseguido una clientela amplia y contenta. Les había costado en los inicios pero, con el paso de los años, no podían quejarse. Trabajan duro pero vivían holgadamente. En primavera caminaban hasta el lago y pasaban muchos días allí, comiendo en la orilla y jugando con las niñas. Acudían animales a beber y no se asustaban e includo alguno más valiente, se acercaba a olfatearles. Las niñas habían pedido un perrito y sus padres les dijeron que estaban esperando a una camada de alguno de sus conocidos que fueran de fiar para coger uno. Sus preferidos eran los perros de agua, blancos y negros. Uno de los clientes de su padre tenía una hembra y ya tenían apalabrado quedarse con uno de los cachorros cuando llegara la camada. Desafortunadamente, sus padres fallecieron antes de que nacieran y sus tíos se negaron en rotundo a tener un animal en casa.
Yasmín revivía todos esos momentos, siempre que podía. Cada vez, le costaba más recordar los rostros de sus padres. Los recuerdos eran difusos. Sí que recordaba la voz de su madre. Dulce y suave, sobre todo cuando les cantaba para dormir. Su madre les cantaba bonitas canciones para dormir todas las noches sin falta. Aunque estuviera cansada y no tuviese ganas, siempre les cantaba a sus niñas. Una canción más corta, pero era un momento especial para ellas. Esas canciones, las seguía recordando y, a veces, hasta se atrevía a tararearlas. Solía ser cuando Luz estaba enferma o muy triste y ella hacía lo posible por animarla.
Luz era más sensible. Al contrario que Yasmín, que era más racional, Luz se dejaba llevar por las emociones y por ello, llevaba peor la muerte de sus padres y la vida que llevaban.

Un día de diciembre, Yasmín se despertó con frío y con una sensación de calma. Gabriela había tenido que irse con su madre, ya mayor, que se encontraba enferma. Se había marchado hacía unos días y no la esperaban hasta dentro de unas semanas. Además, un frente frío estaba dejando frío, hielo y nieve en la región, lo que no era habitual. Eso hacía que los caminos estuvieran bloqueados y que la gente evitara desplazarse.
Con esa sensación, se levantó de la cama. Miró por la ventana y vio los campos nevados y un sol que, tímidamente, asomaba por el horizonte. Lía se despertó en ese momento.Bajaron a la planta de abajo y se encontraron con su tío Jonás, que había encendido la chimenea y estaba preparando el desayuno.

- Buenos días, chicas -saludó, con rostro serio.
- Buenos días, tío -respondieron las chicas, yendo a darle un beso.
- Seguimos con el frío y la nieve -dijo Jonás. Espero que dure poco o tendremos problemas con la cosecha.
- Ya lo he visto -comentó Yasmín.
- Si queréis, podéis ir a dar un paseo al lago. Yo tengo cosas que hacer por aquí y vosotras no podéis ayudarme mucho.

Las niñas se miraron, cómplices. En el fondo, pensaban lo mismo; como su tía no estaba por allí, su tío les daba el día libre y les liberaba de sus tareas.

- ¿Seguro tío? -preguntó Yasmín, que era más sensata y quería asegurarse.
- Estad tranquilas. Con este tiempo, poco podemos hacer. Id y divertíos. Pero tened cuidado -apostilló, señalándolas con el dedo.
- Claro, tío.
- Venga, desayunad y os preparo un tentempié por si estáis más tiempo de lo que esperáis. Hay que ir bien alimentado si se sale con este tiempo.

Las dos niñas se sentaron en la mesa a dar buena cuenta del desayuno. Probablemente, fuera el mejor día en años. Sus ojos brillaban de alegría. Se miraron y se entendieron a la perfección, como buenas mellizas.
Al rato, estaban en la puerta, perfectamente pertrechadas. Gorros, guantes, bufandas y recias botas altas. Se despidieron con un fuerte abrazo de su tío y corrieron por el sendero, camino del lago.

El camino iba en sentido contrario al campo de cosecha, desde detrás de la casa. Se bordeaba un pequeño bosque y al poco tiempo se llegaba a un repecho, desde el que se veía el lago y el resto de campos de alrededor. Las dos niñas pararon un instante a contemplar la estampa que tenían frente a sus ojos. Los campos estaban blancos. Sólo algunos de los caminos, que eran los que más se transitaban estaban despejados. Al fondo un cielo azul y limpio y a sus pies el lago de color azul oscuro, reflejando el cielo. El lago hacia curva continuando hacia la izquierda. Nunca pasaban de este lado. Bajando el repecho, había un amplio claro y a la derecha otro pequeño bosque, que separaba diferentes campos de labranza.

Hicieron lo que en otra época habían hecho; corretearon por la orilla, se tiraron bolas de nieve y saltaron y jugaron como hacía mucho tiempo. Al cabo del rato, echaron una manta en el suelo y se sentaron a los pies de un árbol cercano, con el rostro sonrojado y felices. El sol calentaba lo suficiente como para no tener frío. Se quedaron dormidas un rato.

Comenzó a escucharse una lejana voz canturreando. Una voz cálida y ligeramente familiar. La sensación de calor se acentuó. Incluso parecía que la luz era más brillante. Yasmín abrió ligeramente los ojos. Tenía la impresión de que si se despertaba del todo, la voz se callaría. Con miedo abrió los ojos del todo y miró alrededor. Su hermana Lía seguía dormida con una cara de paz. La voz seguía cantando, pero no se veía a nadie por el lugar. Tampoco sabía identificar de dónde provenía la voz. Parecía proceder de todos sitios y de ninguno a la vez. Oyó un ruido y se volvió. Su hermana Lía estaba despertándose. De repente, tuvo el presentimiento de que si se encontraban las dos despiertas, la voz terminaría y le invadió una profunda tristeza. Lía miró alrededor, con cara de sorpresa.

- ¿Mamá? -susurró, buscando el origen de la voz por todos sitios.
Yasmín la miró con lágrimas en los ojos. Sentía la misma mezcla de tristeza y alegría.
- Mamá no está - dijo dulcemente Yasmín abrazando a su hermana.
- Es su voz, seguro. Tiene que estar por aquí -respondió tercamente Lía.
La voz se había silenciado. Un profundo silencio envolvía a las niñas. Sus mentes seguían conectadas. Estaban seguras de que la voz era de su madre pero, a la vez, sabían que eso no era posible. Sus mentes libraban una batalla absurda entre la razón y el deseo.
Algo les llamó la atención junto al bosque. Giraron la cabeza y divisaron una pequeña manada de perros. Uno de ellos, más grande, comenzó a caminar cautelosamente hacia las mellizas seguido de dos pequeños clones. Una perra de agua y dos de sus cachorros. La madre se plantó delante de las dos niñas que estaban pasmadas. Las miró con unos ojos profundos y conocidos, familiares. Los dos cachorros, dos hembras juguetonas, adelantaron a su madre y corretearon alrededor de Yasmín y Lía, poniendo sus pequeñas patas en las piernas de las niñas, saltando y corriendo.
La madre lanzó un ladrido y los dos cachorros se sentaron al lado de las pequeñas. Se acercó a ellas y les lamió tiernamente las manos. Yasmín y Lía se arrodillaron junto a ella, con lágrimas rodando por sus mejillas. La perra les lamió las lágrimas, recostó la cabeza es sus regazos y suspiró de placer. Estuvieron así unos segundos, luego la perra se levantó lentamente y tomó el camino de vuelta al bosque. Antes de desaparecer por el bosque, se giró. La escena era enternecedora. Yasmín y Lía estaban arrodilladas en la nieve, llorando, cada una con un cachorro a su lado que intentaba morderles cariñosamente las manos. Pareció que la perra levantaba los labios como sonriendo, luego giró la cabeza y se adentró en el bosque. En ese instante la voz volvió a sonar brevemente.

Las dos hermanas de levantaron y se abrazaron largamente, siendo conscientes de la magia del momento. Luego volvieron a casa, seguidas de dos juguetones perros de agua, blancos y negros.

Cuenta la leyenda que en el país de las naranjas y los melocotones nunca más volvió a nevar y que cada Navidad dos familias, con sus camadas de perros y llevadas por sus dos madres, pasan el día de Navidad a orillas del lago y que las dos hermanas miran al bosque colindante, donde suele aparecer brevemente una preciosa perra de agua a la que saludan con gran cariño. Y en los días de mucho viento, parece escucharse una dulce voz que canta canciones que reconfortan a sus habitantes.


miércoles, 11 de junio de 2014

Gracias Duna

Yo nunca había tenido un perro. Nunca hemos sido de mascotas en casa. Pero una vez que nos íbamos a casar, hablamos del tema y acordamos tener uno. Yo me hacía una idea de las tareas y responsabilidades que acarreaba, pero nunca lo habíamos vivido realmente. Aunque María tenía una perra en casa de sus padres, no se encargaba ella exclusivamente. Tomamos la decisión y hablamos con nuestros asesores perrunos para ver dónde y cómo encontrábamos lo que queríamos. Tres requisitos claros: hembra, cocker y color canela.

Dicen que los canelas se vuelven locos y son peligrosos. Ja, ja, ja. Salvo defectos en el perro, el carácter del mismo lo marcan los dueños. La base está en el animal y la raza, pero son los dueños los que marcan el comportamiento final.
Pero dejemos los estudios perrunos.
Nuestros asesores perrunos (gracias Rosa y Alberto) nos dijeron que ellos se encargaban y que sería su regalo de bodas.
Dicho y hecho. Cocker hembra y canela, seleccionada directamente por los asesores, tras haber pasado las oportunas pruebas que se indican en el Manual del Perroloco. Después de la Luna de Miel, podíamos pasar a por el regalo.
Rumbo a Granada. Para rematar, la perra es andaluza, ¡qué más podemos pedir! Llegamos allí y la vimos por primera vez. Pequeña, orejuda y rubia. Y loca. Un encanto. No sé si fue la primera o la segunda noche cuando salimos a dar una vuelta y la dejamos sola. Bueno, había dos perros más en casa. Otro cachorro y un adulto. A los cachorros los dejamos en la cocina. Cuando volvimos, habían tirado y roto una botella de sidra y algo debieron beber. Resultado, un perro herido en la pata. Pudo ser peor.




Los expertos recomiendan que se le den paseos cortos al perro en coche para que se habitúe y no se maree. Nosotros no teníamos opción. 500 kilómetros de una tacada. Ni se inmutó. Desde entonces, los viajes con ella siempre han sido una maravilla. Se hacía su rosca debajo del asiento del copiloto y ya no existía la perra hasta el destino.



Con esta pequeña historia da comienzo a nuestra vida en común con Duna. Los primeros años fueron complicados. Parábamos poco en casa y la perra (cachorro) se debía aburrir. Sufrimos numerosas víctimas. Lámparas, plantas, papeles, aunque sus preferidos eran cojines y cunas. Al final, aprendimos a controlarla. El método, sencillo. La dejábamos encerrada en una habitación y quitábamos todo de su alcance. Como nos descuidáramos, al volver nos encontrábamos un campo de batalla.
La fuimos educando. Sit, plas, ven, toma (para que no cogiera comida de extraños), la pata, la otra pata. Cosas básicas que fuimos enseñándole. Nacieron los niños. La enseñamos a no robarles la comida de las manos, a que aguantara los sobeteos y apretones de los bebés. Creo que jamás tuvo un gesto feo o extraño. Podías hacerle lo que sea, que no se quejaba.

No todo es idílico. Le costó bastante aprender a hacer sus cosas fuera de casa. A veces nos enfadábamos con ella cuando rompía algo (ahora lo recuerdo con humor). Tenías que levantarte antes para sacarla, salir varias veces al día haga frío o calor, llueva o nieve. Pero son parte de las responsabilidades que conlleva tener un perro en casa. Si me preguntáis ahora si me importaba perder 15-20 minutos de sueño para levantarme antes y sacarla o si me importaba sacarla en invierno a bajo cero, la respuesta es no. Ya me he acostumbrado. Forma parte de la rutina. De hecho, a pesar de que ya no está, sigo levantándome antes, sólo que ahora me sobra tiempo...

No voy a contar sus anécdotas. Cada uno tendrá las suyas. Prefiero quedarme con sus recuerdos en general. Llegabas a casa y te esperaba detrás de la puerta y te saludaba. Te levantabas de la cama y la tenías a los pies para que la acariciaras. Te veía en cualquier sitio y se ponía panza arriba para que le hicieras cosquillas. Si estabas en la cocina, estaba atenta a cualquier descuido (probablemente haya comido más jamón que alguno). Cualquier cosa que caía al suelo y era comestible, era para la aspiradora canina. Siempre estaba moviendo el rabo, contenta. Y debe ser el único perro que quería ir al Veterinario.
Ahora echamos de menos esas cosas. Por defecto miras el hueco donde estaba su cuna. Cuando entras en casa, miras a ver dónde está, pero no la encuentras. Cuando se nos cae algo al suelo, tenemos que recogerlo porque ella no lo va a coger. Ya no puedo hablar con ella. La usaba de enlace con el resto de la familia. "Duna, tu madre está mal de la cabeza". "Duna, vete a buscar a Javier (o Silvia)". "Duna, ¿has visto noseqé o a nosequién?". Es increíble el hueco que dejan en nuestras vidas cuando ya no están.

Pero hay que pasar página. De momento, nos queda la tristeza y el dolor. Con el tiempo nos quedarán los buenos recuerdos y sonreiremos. Pero nunca te olvidaremos. Siempre estarás ahí. Te quedará el honor de haber sido la primera perra de la familia Moral Garrido. No sabemos si habrá más, aunque supongo que cuando pase este dolor, la decisión caerá hacia el SÍ. De momento, eres única y creo que lo seguirás siendo, vengan o no más perros. No sé si llegaremos a tener una perra como tú. Buena, noble, simpática, con el toque de locura que nos gusta. Cariñosa. Aunque no te gustaran los perros, Duna conseguía una caricia. Una vez más, gracias a Rosa y Alberto por ese maravillo regalo. Has vivido mucho con nosotros, aunque nos hubiera gustado que estuvieras más tiempo. Pero te llevaremos en el corazón. Siempre. Vigílanos desde arriba, porque estoy seguro que debes estar en algún sitio maravilloso, que es lo que te mereces.

Por todas estas cosas, gracias Duna.






martes, 24 de diciembre de 2013

Cuento de Navidad (2.013)

La luz de los faros rebotaba en la espesa niebla que envolvía todo. El día invitaba a cualquier cosa menos a salir al exterior, pero no quedaba más remedio. Era la mañana de Navidad y un pequeño coche se dirigía a la casa familiar de los abuelos a celebrar la habitual comida navideña.
Miriam conducía muy concentrada en la carretera ya que la visibilidad era bastante escasa. Sus hijos, Ana y Miguel iban en la parte de atrás.
- ¿Cuánto queda, mamá? - pregunto Miguel.
- Un rato. -respondió Miriam. El trayecto no era muy lago, pero con la niebla iba conduciendo muy despacio. Conocía la carretera perfectamente, pero con ese tiempo, cualquier precaución era poca.
- No me aguanto más. Quiero hacer pis.
- No puedo parar, cielo. Mira cómo está la niebla.
- ¡No puedo aguantar más!

Ana miró a su hermano con cara de resignación. Era dos años mayor que él y tenía que aguantarle en todos los viajes. Si no se mareaba, se hacía pis o se ponía nervioso.

- Pues tendrás que aguantarte. - dijo su madre.
- Me da que no se aguanta. - respondió Ana. Si no da la lata en un viaje, no sería Miguel.
- Déjale tranquilo. - replicó su madre. Bastante tenemos con la niebla para que estéis distrayendo.

Siguió conduciendo, mientras miraba por el espejo retrovisor. Miguel se removí inquieto en su asiento. Al final, tendré que parar, pensó Ana. Lo que faltaba. Se puso a recordar dónde podría haber un sitio donde parar con seguridad. Recordaba una zona amplia a lado de la carretera antes de una de las curvas. Creía que no la había pasado todavía. Era un lugar que la gente utilizaba como aparcamiento cuando se hacían las excursiones por el camino que bordeaba el río. Si lograba verlo a tiempo, podría para sin peligro.

- Aguanta un poco. Más adelante hay un sitio donde puedo parar.
- Espero que no quede mucho. - respondió Miguel. Me hago mucho pis. -dijo con voz lastimera.
- Tú concéntrate, que no creo que tardemos mucho.

Siguió conduciendo un poco nerviosa. Además de la niebla, ahora tenía que intentar localizar el sitio para detenerse y, con lo poco que se veía, no era tarea fácil. Notaba los hombros rígidos de la tensión. La niebla era algo más espesa, lo que tenía que indicar que debían estar cerca del río. Y si estaban cerca del río, el aparcamiento estaría por allí.
Cuando pensaba que ya se había pasado el lugar, reconoció la curva y redujo la velocidad. Miró por los espejos, pero no había tráfico en ninguno de los dos sentidos. Estaba circulando a unos 20 kilómetros por hora, lo cual era un tanto peligroso con esas condiciones. Finalmente, localizó el espacio abierto y se desvió. Aparcó el coche, se desabrochó el cinturón y se giró hacia Miguel.

- ¡Vamos! Ponte el abrigo y sal.
- No quiero ponerme el abrigo. - protestó Miguel.
- No empecemos. Mira el tiempo que hace. Ponte el abrigo y vamos. Si no, seguimos y no paramos. - dijo haciendo amago del volver a ponerse el cinturón.
- ¡No! Ya voy. - acto seguido, se puso con dificultad el abrigo y abrió la puerta.
- ¡Espera! Tenemos que buscar un sitio apropiado.

Ambos bajaron del coche. Hacía bastante frío y la humedad era muy alta. La niebla les empapó en un momento. Miriam se puso el gorro del abrigo y se subió la cremallera hasta arriba. Hizo lo mismo con Miguel.

- Vamos a darnos prisa, que vamos a coger una pulmonía. - dijo mientras señalaba unos árboles que había unos metros más allá. Vete hacia esos árboles y no tardes. Estoy detrás de ti.

Miguel salió corriendo mientras Miriam le miraba. Miró de reojo el coche donde esperaba Ana. Se veían las luces con dificultad. Cuando volvió la mirada hacia Miguel, éste ya había terminado y se dirigía hacia ella. De repente, se paró en seco y giró la cabeza hacia los árboles.

- ¿Qué pasa? ¿Por qué te paras? - preguntó un poco alarmada. Miguel seguía parado a escasos metros de los árboles.
- Hay algo ahí. - dijo con voz trémula.
- ¡Ven para acá!
- No puedo. Tengo miedo.

Miriam se puso a correr hacia Miguel. Cuando casi le había alcanzado, vio unos ojos entre la niebla.

- ¡Ven aquí! - gritó, pero Miguel no se movía.

Alcanzó a Miguel y se puso delante de él, mirando hacia la niebla. Escuchó un gemido leve. Por su cabeza pasaron unas cuantas ideas, ninguna tranquilizadora. Se puso a mirar por el suelo buscando un palo por si tenía que utilizarlo.

- ¡Es un perro! - gritó Miguel. Se dispuso a correr hacia él.
- ¿Qué haces? - Miriam le paró en seco. No sabemos si es peligroso.

No se apreciaba bien al animal. Sólo se veía una forma negra con el pelo empapado y unos ojos húmedos que miraban hacia ellos. Daba más pena que miedo. En cualquier caso, Miriam no se fiaba.
Una vez que lo mirabas con atención, se veía un animal asustado, con el rabo entre las patas, temblando de frío o de miedo. Miriam empezó a relajarse. Estaba claro que era un perro abandonado. Algún desalmado había aprovechado la ubicación del lugar para dejarlo allí tirado y marcharse. A saber cuánto tiempo llevaría abandonado el pobre animal.
Miguel notó el cambio de actitud de su madre y se soltó de ella para acercarse al perro. Éste reculó un poco, pero al ver que el niño se acercaba con suavidad, dio un par de paso hacia él, moviendo tímidamente el rabo. Miguel acercó la mano lentamente hacia el animal, con la palma hacia dentro y el perro le olfateó y, después, le dio un par de lametazos.

- Mira mamá, no hace nada.
- Ya veo. Venga, vámonos que vamos a llegar tarde.
- Pero no podemos dejarlo aquí. - protestó Miguel.
- Eso es cierto. - dijo Ana desde detrás. Al ver lo que pasaba, se había bajado del coche.
- ¿Y qué queréis que hagamos? - preguntó Miriam, arrepintiéndose nada más hacer la pregunta.
- Podemos llevárnoslo. - dijo Miguel entusiasmado.
- Ni hablar. - replicó su madre.
- ¿Por qué no? - preguntó Ana. No podemos dejarle aquí ahora que sabemos que está abandonado y que es inofensivo.
- Estáis locos. No pienso meterlo en el coche así. Nos vamos.
- ¡No! - protestaron ambos niños. Por favor. - pidió lastiméramente Ana.
- No. - respondió su madre, pero con poca convicción.
- ¡Por favor, por favor!

Miriam contempló la estampa. Los dos niños estaban acariciando al perro, que se dejaba hacer. Los tres empapados, aunque el perro mucho más. No pudo evitar sonreír. Ella siempre había tenido perros en casa, pero desde que se independizó no volvió a tener. A su marido no le gustaban y ella cedió. Ahora que él ya no estaba, llevaban separados tres años, no había impedimento. Miró detenidamente al perro, que en realidad era hembra. Se veía un buen animal Parecía hasta noble. Llevaba un collar bastante gastado y medio roto, lo que evidenciaba que, en algún momento, había tenido dueño. Se le veían todos los huesos. Entre el hambre y el agua, no parecía gran cosa, pero ahí estaba, entre los dos niños, moviendo el rabo y dando lametones a los dos.

- Es una señal mamá. - dijo Miguel en tono muy serio. Ana puso los ojos en blanco. Su hermando siempre estaba con eso de las señales, pero en este caso no dijo nada. Parecía que su madre estaba cerca del convencimiento.
- Yo sí que te voy a dar a ti una señal. - respondió Miriam, pero con una media sonrisa. ¿Y cómo nos lo vamos a llevar ?
- Podemos usar la manta que llevamos siempre en el coche. - dijo Ana. Total, la tiramos siempre al suelo y la usamos para no mancharnos. Cuando lleguemos a casa de la abuela podemos bañarla. Ella tiene una pila enorme.
- No sé. - Miriam dudaba todavía. Es cierto que siempre habían usado la pila para lavar a los perros. Claro que era el día de Navidad.
- ¡Vamos mamá! - protestó Ana.
- Vaaaale. Pero el coche me lo vais a limpiar los dos por dentro hasta que no quede un solo pelo y no huela mal.

Los dos niños se pusieron a saltar de alegría, con la perra girando alrededor de ellos. Se fueron corriendo hacia el coche, sacaron la manta y envolvieron al animal en ella. Pusieron un viejo plástico que había también en el maletero y lo pusieron en el asiento de atrás para poner encima a la perra. Cuando entraron todos al coche, se empañaron todos los cristales por el cambio de temperatura y por la humedad que tenían. Colocaron a la perra entre los dos niños y se hizo una rosca, apoyando el hocico en las piernas de Miguel.

- ¿Estamos listos? - preguntó Miriam, mirando hacia atrás e ignorando las gotas que caían al suelo y la mancha que el hocico de la perra estaba dejando en el pantalón de Miguel. Pues andando, que llegamos tarde.

Se pusieron de nuevo en marcha. La niebla era más espesa, ya la carretera discurría paralela al río. A pesar del retraso, Miriam iba despacio y con mucho cuidado, ya que la visibilidad era poca. Miró por el retrovisor y vio que la perra se había quedado dormida y que los niños andaban rascándole las orejas. Sonrió. Mejor no pensar qué vamos a hacer con ella ni lo que dirá mi madre cuando la vea.

Llevaban un rato callados cuando, de repente, la perra abrió los ojos, se incorporó y levantó las orejas. Se puso a gruñir e, inmediatamente a ladrar con fuerza. Los niños intentaron calmarla, pero no había manera. Miriam se preocupó. En el fondo, habían metido un animal al que no conocían en el coche y podía ser peligroso. Lo mejor era parar y sacar a la perra antes de que pasara algo. La perra seguía ladrando insistentemente. Detuvo el coche en el arcén y se disponía a sacar a la perra cuando un cable de electricidad cayó delante del coche entre una lluvia de chispas. La perra dejó de ladrar y se sentó sobre la manta.
Todos en el coche estaban en silencio. Sólo se oía la respiración agitada de la perra.

- ¡Nos ha salvado! - grito Miguel. ¡La perra nos ha avisado y nos ha salvado! ¿Veis como era una señal? Si no se hubiera puesto a ladrar y a gruñir, no habríamos parado y nos habría caído el cable encima.

Se miraron los tres. Miriam sabía que el niño tenía razón. La perra estaba sentada tranquilamente en el centro del asiento respirando y con la lengua colgando en un lado del hocico.

- ¡Muy bien, chica! - dijo, acariciándola enérgicamente en la cabeza. Creo que te has ganado de sobra el hueco en casa.


Nota del Autor:

Un sencillo cuento de Navidad, dedicado a esos seres de cuatro patas que conviven con nosotros y nos alegran (y a veces entristecen) nuestras vidas. Siempre están ahí desinteresadamente, cosa que no puede decirse de muchos de los seres de dos piernas que nos rodean.

Recordad que no hay perros malos, sino malos dueños.

lunes, 31 de diciembre de 2012

Un brindis para dos

Estaba esta tarde leyendo el twitter de Pérez-Reverte y había una entrada con este título. No iba de lo que yo pensaba, pero me ha inspirado el título de esta entrada.

A lo que iba, un brindis por el año que se va y otro por el que viene. El 2012 se me ha hecho largo y denso, como ya os conté en la última entrada de este blog. Llega el 2013, esperemos que sea bueno. Es un bonito número, el trece siempre me ha gustado.

En estas últimas horas del año la gente se manda mensajitos con buenos deseos, chistes y recordatorios. Yo os dejo este pequeño texto.

Gracias a todos los que habéis estado conmigo en los buenos momentos, porque eso es que me lo habéis hecho pasar bien. También a los que estabais ahí en los malos momentos, porque me habéis apoyado.

Hoy me han mandado uno de esos mensajes de fin de año y es muy bueno:
"Nos pasamos la vida esperando que pase algo y, al final, lo único que pasa es la Vida"

Vivid la vida que es breve e ingrata. Que la vida os trate como vosotros la tratéis a ella. Que los demás se porten contigo como tú te portes con ellos. E intentad ser felices.

Y volviendo al título, otro brindis para dos. Por ti y por mí.

FELIZ AÑO


sábado, 24 de noviembre de 2012

Cuesta arriba

Día gris, con niebla. A lo lejos se intuyen las figuras y los objetos, aunque no se pueden ver con nitidez.
Un día como el año, gris. Como en este día de niebla, el futuro se intuye a lo lejos, pero no puedo distinguirlo con claridad. Mi espíritu positivo me dice que serán cosas buenas.

El resumen del año, y eso que queda más de un mes por delante para acabarlo, es que ha sido (es) como una cuesta arriba. Para los que os guste el ciclismo, es como el Tourmalet o la subida a los Lagos de Covadonga, que es más español. Desde abajo la ves e impone, pero es un reto y sabes (crees) que vas a alcanzar el final. Comienzas a subir la cuesta y cuesta (je), pero estás al principio y piensas que ya e acostumbrarás. Poco a poco te das cuenta que la pendiente es constante y dura. Comienzas a luchas con tu mente, tu peor enemigo, a la vez que aliado, de toda tu vida. La llevas contigo y, dependiendo de la época, te ayuda o te hunde. Te hablas a ti mismo (ya estamos con las locuras) y te dices "¡vamos! ya llegaremos a un repecho y verás como luego todo es llano o cuesta abajo". Pues nada o "po ala!!!" como dicen por aquí. Sigo para arriba. Las vistas son bonitas, preciosas en algunos momentos, pero no te da tiempo a disfrutarlas. Tú lo sabes y eso te gasta. Empieza a faltarte el resuello. Encuentras una zona de descanso. Sonríes. Te giras y tu mente te está esperando con sonrisa de sabelotodo. "¿Ves como no era tan duro?". Paras un poco, tomas un poco de aire, miras a tu alrededor. Es bonito esto, te dices. Arriba debe ser más bonito. ¡Jodido positivismo! Sigo el camino. El descanso te ha sentado bien y, al principio, el camino no es tan pesado. Pero al rato, comienzas a darte cuenta de que la cuesta sigue ahí y que sigue siendo dura, igual que antes e incluso más. Para colmo, llevas cansancio acumulado. Empieza a costarte. Las piernas duelen. Te falta el aliento. Tu mente calla. O no tiene nada que decir, o es que le falta el aire.Intuyes e final, pero a lo lejos. Pasas un falso llano, de esos que te dan un poco de respiro, pero te siguen restando fuerzas, aunque no lo notes. Para compensar (!!!) un cambio de pendiente, de los duros. Bajas la cabeza y caminas con los hombros caídos y sin levantar la mirada. Sabes que queda poco. ¡A la mierda el paisaje! Sólo quieres llegar al final y parar.

Y en eso estamos. Este año es de desgaste. Se ve el final. Por supuesto, la cuesta no se sube sola. Hay muchos subiéndola. Tenemos de todo. Los que van en bici, en moto, en coche, en deportivo, los cojos, los que se arrastran y lo que se quedan a mitad. Hay una gran variedad de "caminantes". Hay algunos que suben siempre contigo, otros que vienen a verte de vez en cuando, algunos que conoces a mitad de cuesta y se quedan, otros que subían contigo y se despegan. Pasan para darte la mano, un ligero achuchón para que tomes fuerza, o un empujón para echarte del camino; los que te dan un poco de agua o cerveza, que sabéis que es lo que gusta de verdad, o un poco de comida; los que te desequilibran al pasar sin cuidado, los que te salpican con el charco, los que se arriman y te abrazan o los que se arriman e intentan sisarte.

La vida es así y hay que ir por el camino que tenemos delante. Unas veces el camino viene marcado, y otras lo marcas tú. Las elecciones hechas están y lo que a veces lo que nos parece un camino sencillo se convierte en una subida dura. Lo bueno es que, normalmente, se llega al final y suele merecer la pena.

Volviendo al símil de la subida a los Lagos, ya estoy viendo el Enol. Sólo espero que no me hagan subir al Ercina y que, si lo hacen, me den el coche o el deportivo.

También espero que los Mayas no tengan razón. Me gustaría llegar a mi 40 cumpleaños.

Para terminar, agradecer a los que siempre recorren conmigo el camino, ya sea para cuesta arriba o cuesta abajo, vayan delante o detrás. Y, por supuesto, a los que me traen la cerveza... :)

jueves, 15 de noviembre de 2012

Un paseo por los orígenes

Andalucía, Jaén (provincia); nuestro mar son los campos de olivos que nos rodean por todas partes. Se podría pensar que es una tierra seca, pero no; esa tierra roja que nos ha visto nacer, produce ese oro líquido sin el que el mundo mediterráneo no tendría sentido. Su color verde, su olor intenso y su exquisito sabor nos enamora.

Volver a nuestra tierra, a nuestros orígenes, es una obligación. Un placer. Una necesidad. Sentirse rodeado de olivos recarga nuestra energía. Un par de veces al año hay que volver a los orígenes y sentirse en casa. Me llamaréis loco, pero a mí me pasa. Paso unos días por esta maravillosa tierra y recargo las pilas por una temporada.

Yo soy andaluz y lo digo con orgullo. Habré perdido mi acento, pero no mis raíces. Nací andaluz, andaluz soy, y andaluz moriré.

Estos viajes a la tierra, con visitas guiadas y una parte de Historia son todo un lujo. Éste en especial, ha sido estupendo.


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jueves, 5 de enero de 2012

2012

Año nuevo... vida de siempre.

Como parece que este año se acaba el mundo y, útimamente, ha habido nuevas incorporaciones a este blog (hablo de lectores, porque el individuo que escribe está más vago que nunca) he decidido desempolvar pequeños relatos cortos que mis más antiguos lectores habéis leído en otros sitios, pero no están en este blog.

Los voy a poner como nuevas entradas, para que todo esté ordenadito.

Empezaré por uno de mis favoritos, un cuento infantil. Es el de la Lagartija triste.
(Por motivos de diseño del blog se me ha quedado el último de las entradas de hoy, asi que no es el primero sino el último)

Hay un poco de todo, hasta uno cortito cortito de miedo.

Feliz año a todos y que os gusten.