jueves, 5 de enero de 2012

2012

Año nuevo... vida de siempre.

Como parece que este año se acaba el mundo y, útimamente, ha habido nuevas incorporaciones a este blog (hablo de lectores, porque el individuo que escribe está más vago que nunca) he decidido desempolvar pequeños relatos cortos que mis más antiguos lectores habéis leído en otros sitios, pero no están en este blog.

Los voy a poner como nuevas entradas, para que todo esté ordenadito.

Empezaré por uno de mis favoritos, un cuento infantil. Es el de la Lagartija triste.
(Por motivos de diseño del blog se me ha quedado el último de las entradas de hoy, asi que no es el primero sino el último)

Hay un poco de todo, hasta uno cortito cortito de miedo.

Feliz año a todos y que os gusten.

La luna

Dos niños se encontraban sentado en el parque. Erauna templada noche de verano, en la que los niños tenían permiso para quedarse hasta tarde para ver las estrellas. Compartían su pasión por las estrellas y sobre todo por la luna. Eran Andrea y Miguel, y aquella noche estaban contemplando la luna llena en todo su esplendor. Para ellos la luna era lo más bello que podían ver en el cielo.

Andrea y Miguel se conocieron cuando éste se fue a vivir con sus padres al lado de Andrea. El padre de Miguel era militar y viajaban constinuamente, lo que no le gustaba demasiado a Miguel, que cada cierto tiempo perdía a sus amigos. Su padre le había prometido que este sería el último traslado, y cinco años después seguían en el mismo sitio. Miguel estaba encoantado, tenía muy buenos amigos, y estaba Andrea, con la que compartía muchas aficiones y parecía su alma gemela.

Se encontraban en la edad en la que la amistad entre un chico y una chica ya era algo tan simple.

- Podría tirarme horas viendo la luna - comentó Andrea.
- Es maravillosa - respondió Miguel. Lo mejor es cuando comienza a salir por el horizonte con esos tonos rojizos.
- Me encantaría ir a la luna.
- Yo te la traería para tí - dijo Miguel sonriendo. Es que he visto una peli que a mi padre le encanta. Es en blanco y negro y me parece que se llama "¡Qué bello es vivir!"
Andrea también sonrió, pero en ella la sonrisa era más enigmática. Tenían la misma edad, pero ella era más madura. Iba por delante de él.

De repente, Miguel despertó.

¡Qué curioso! - pensó. La mente funciona de una manera un tanto curiosa. Le había llevado a unos recuerdos de veinte años atrás, precisamente hoy.
era un día muy especial, pero este sueño le había dejado un gusto amargo. Recuerdos olvidados, o mejor dicho, enterrados en la memoria, surgían ahora sin control.

Se vió más joven, en la universidad, acompañado por una joven de aspecto encantador, y mirada perdida en el cielo. Iban cogidos de la mano, y no podían ser más felices. Vivían juntos, estudiaban juntos. En definitiva eran inseparables.

Se dirigió a la ducha, para prepararse para ese día tan especial.

Horas más tarde, la tensión era elevada. Mucha expectación, para el acontecimiento tan importante. Su mente seguía recordando momentos del pasado.

...

Por fin, lo había logrado. Muchos años después, sus sueños se habían cumplido. Era tan real, tan tangible, que asi no podía creerlo. Su mente se liberó completamente. Podía ver a Andrea con su sonrisa radiante. Las lágrimas empañaron su visión.
Se había convertido en el primer español, no, el primer europeo, se corrigió, es pisar la Luna. Su primer recuerdo fue para Andrea. La imagen que veía era la de ocho años atrás. La última sonrisa de Andrea. No pudieron llegar a casarse, el Cáncer se la llevó antes. Desde ese día, todos sus esfuerzos se centraron en su trabajo y en los únicos sueños que le quedaban. Ir al espacio y pisar la Luna. Todos los recuerdos de Andrea los envió a un remoto lugar de su mente.

Hasta hoy.

Su subconsciente reveló los verdaderos deseos de Miguel. El sueño de la noche anterior había roto las barreras que bloqueaban los recuerdos de Andrea.
Cogió el instrumento facilitado por la Agencia Espacial y procedió a extraer un trozo de la superficie lunar.

- Te llevaré un trozo de Luna, como te prometí - musitó con lágrimas en los ojos. Luego desengachó el cable que le unía a la nave.

El perro

Ramón volvía a casa, después de una noche movida. Habían estado de botellón en el parque del pueblo, incordiando a todos los que pasaban por allí, tirándoles cosas y persiguiendo a las chicas. Después habían ido a casa de Mario, y habían estado en el garaje dándole a los canutos y persiguiendo a los ratones.

Ahora caminaba por el sendero, despreocupado. Sus amigos le habían dicho que les esperara para que no se fuera solo, pero les respondió que no tenía miedo. ¿Cómo va a tener miedo un chaval de 18 años?
La verdad es que estaba oscuro. La casa de Mario estaba en las afueras, y hasta llegar al pueblo había un trecho. Por lo menos cuando llegara al parque habría luz y caminaría más cómodo.

Al rato vio las sombras familiares del pueblo, pero el parque no estaba iluninado. ¡Qué raro! Había dejado el parque hacía un par de horas y había luz. A lo mejor les habían tirado piedras a las farolas. ¡Que se joda el alcalde y que se gaste la pasta!

No pienso rodear el parque que hace un frío de pelotas. Subió los escalones de entrada y se fue por el camino de arena. Se conocía el parque como la palma de su mano. No en vano pasaba más tiempo allí que en casa.

Al pasar por el seto, oyó un ruido. Se paró mosqueado.
- ¿Hola?

Silencio.

Será una rata, pesó. Siguió caminando, algo más rápido. Otra vez el ruido y ahora se le puso la piel de gallina. No era nada gracioso lo de la luz, sobre todo si había ruidos raros.

-¡No me hace gracia!¡No sabes con quien te estás metiendo! - gritó.

Silencio.

Esperó, intentando escudriñar en la oscuridad, pero sólo se veían las sobras de los setos y arbustos. Al par de minutos, se puso a andar de nuevo, esta vez mirando nerviosamente a los lados. En el fondo estaba asustado. Con sus amigos era muy valiente, pero solo no tanto.

Otra vez el ruido. Parecía como si algo le siguiera.

- ¡Me cago en la puta! ¡Sal si tienes huevos! - grito histéricamente. Ahora estaba aterrorizado, El ruido no podía ser casual.

De repente, algo saltó del seto y se colocó delante suya. el corazón se le iba a salir por la boca. Sólo vio dos lucecitas rojas. Era un perro, un perro grande y negro.

- ¡Puto perro! Vaya susto que me h....

No pudo seguir hablando. Una manaza áspera y callosa le tapó la boca, tiró de su cabeza hacia atrás, y notó algo frío y cortante en la garganta. Se oyó un gorgoteo y Ramón cayó a suelo degollado.....

Benito y la mar

En el pueblo todos pensaban que estaba loco. A él tampoco es que le importara demasiado. Siempre había sido una persona un poco retraída, que no tenía demasiados amigos. Lo que realmente le gustaba eran los libros y navegar. Viviendo en la costa, se había criado con el olor a mar y la pasión por navegar. Tenía su propio barco, y en cuanto podía, soltaba amarras y navegaba hasta un lugar fuera de la vista de la costa. Echaba el ancla, ponía un par de cañas de pescar con sus cebos en los soportes, y se recostaba en una hamaca a disfrutar del sol y la brisa marina, acompañado de un libro y una copa de vino. Sólo se veía interrumpido por unos chapuzones en el agua o por las esporádicas capturas, que le hacían luchar un rato con los peces que habían picado, para, una vez capturados, echarlos al cubo, donde se quedaban hasta que su estómago protestaba y cocinaba el pez en la pequeña cocina del barco. Así pasaba las horas, hasta que sentía frío. Entonces bajaba al camarote donde se dormía escuchando los programas de la radio. Esta era su rutina, que únicamente cambiaba cuando había temporal y tenía que volver a tierra, donde se sentía como pez fuera del agua. Si estaba mucho tiempo en tierra su carácter se agriaba y pasaba las horas en el bar, en la mesa del rincón, apurando chatos de vino.
En verano se ganaba la vida llevando a turistas de pesca o en pequeños viajes por la costa. Con el dinero que sacaba tiraba durante el año, ayudado por esporádicos trabajos en el campo.

En uno de esos días en el mar, notó una sensación extraña. Un escalofrío recorrió su piel, y no se debía ni al frío, ni al libro que estaba leyendo. Se sentía como observado, lo cual parecía ridículo en mitad del mar. Intetó ignorar la sensación, pero era imposible, así que se levantó decidido a darse un baño, para despejarse. Lo que vió le dejó paralizado en la cubierta. Sobre el agua se encontraba el ser más extraño que había visto jamás. Su mente tardó en reconocer la figura que describían infinidad de libros de mar y crónicas marineras, pero que él nunca había creido. Con una larga melena dorada, unos increíbles ojos color turquesa, que parecían dos trocitos de mar y un rostro que era el más hermoso que jamás había comtemplado, una sirena se dejaba mecer por las olas, ayudada por la cola de pez que formaba la parte inferior de su cuerpo.
- No te asustes -dijo la sirena, con una sonrisa en los labios y con una voz que calentaba el alma.
El miedo desapareció de inmediato. La voz de la sirena le reconfortaba, contrariamente a lo que se podía esperar.
- Eres una sirena -dijo. No era una pregunta, sino una afirmación.
- Puedes llamarme así, aunque a mí me gusta más Eva.
- Yo me llamo Benito.
- Lo sé -dijo la sirena, sorprendiendo a Benito. Lo sabemos todo de ti. Llevamos mucho tiempo observándote.
- No entiendo.
- Y no tienes que entender. sólo tienes que confiar en mí.

Benito estaba sorprendido de lo fácil que resultaba eso, pese a lo extraño de la situación.

- ¿Qué quieres de mi? -preguntó.
- Hemos visto que tú realmente no encajas en este mundo. Queremos que nos acompañes.
- ¿Acompañarte? ¿A dónde?

El pintor y la modelo

El sol entraba a raudales por la ventana. Era media mañana. Los rayos de sol caían directamente sobre la cama, en la que enredado entre la sábanas, se veía un cuerpo atravesado.

Daniel abrió los ojos, gruñendo por lo molesto del sol, aunque en el fondo estaba agradecido. Le encantaba que el sol le despertara. No dependía de relojes ni horarios. Trabajaba en casa, con lo cual, se podía levantar a la hora que quisiera.

Después de muchos años, la rutina de cada mañana era similar. Daniel se dirigió medio mecánicamente a la cocina, donde, mientras se hacía el cafe en la vieja cafetera, preparaba un zumo de naranja. Luego un par de rebanadas del excelente pan de pueblo, que cada mañana traía Pepe, en su ruta. Unos chorritos de aceite sobre el pan previamente huntado con ajo. En media hora, listo para afrontar el día.

Daniel salió a su estudio. Una habitación anexa a la casa, con grandes ventanales, por donde entraba la luz. Ese era su territorio. Los lienzos y las pinturas estaban por todas partes. Habia distintos atriles donde descansaban varios proyectos de cuadros, todos tapados con sábanas salpicadas de manchas de todos los colores. A sus sesenta años, Daniel llevaba pintando desde que tenía quince, había pintado muchos cuadros. Era su trabajo y no se le daba mal. Le servía para vivir cómodamente.

En un rincón, un cuadro especial. Un cuadro inacabado. De hecho, era un cuadro sin comenzar. Un día, siendo Daniel joven, a la vuelta de comprar material para pintar, se puso a colocar las cosas. El último paquete era el de los lienzos. Cuando los estab colocando, uno de ellos le pareció especial. No tenía nada de diferente, pero al cogerlo, una corriente pasó a través de los dedos de Daniel. Los artistas son personas muy especiales, y en ese momento, Daniel se convenció de que ese lienzo estaba reservado para el cuadro de su vida, su gran obra. Desde ese momento, cada vez que comenzaba una nueva obra, destapaba el lienzo del rincón y ante el vacío del mismo, esperaba a que el lienzo le comunicara que debía plasmar esa obra en él. Hasta el momento, no había sucedido, pero no le preocupaba en absoluto. Ese día, y ese cuadro llegará.

Retiró la sábana de uno de los proyectos y se puso a pintar. Estaba tan concentrado que no oyó los golpes en la puerta. La persona al otro lado de la misma insistió, rompiendo la concentración del pintor. Los que le conocían sabían que no debían molestarle, así que debía ser alguien desconocido. Resignado se dirigió a la puerta y abrió.

- Buenos días. -una mujer estaba plantada en la puerta. Su voz era delicada como el cristal
- Buenos días.

Daniel miró atentamente a la mujer. Había algo inquietante en ella. Cabello negro azabache, piel muy pálida, unos ojos verdes de mirada penetrante. Una mujer peculiar.

- ¿Qué desea?
- He oido que es usted un gran pintor.
- Habladurías de la gente. -La voz de la mujer le producía una sensación extraña.
- Bueno, es que quería un retrato.
- ¿Un retrato? No es mi especialidad.
- Bueno - su sonrisa se hizo más grande-. Siempre se puede hacer un esfuerzo. Es un encargo muy especial. Es para un regalo a una persona que aprecio mucho.

Daniel no podía negarse. Y no es que hubiera declinado encargos, es que aquella mujer la intrigaba. Tenía una sensación peculiar.

- De acuerdo. -dijo Daniel-. Si quiere pasamos a mi casa y hablamos del encargo.
- No hace falta. Vengo el día que tenga libre y empezamos.
- Pero, tendrá alguna idea sobre el retrato.-Daniel estaba cada vez más confuso.
- Usted es el artista -su sonrisa podía con cualquier negativa-. ¿Cuándo empezamos?
- Mañana - se sorprendió Daniel respondiendo.
- Pues hasta mañana. Por cierto, mi nombre es Yolanda.

El resto del día fue una pérdida de tiempo. Daniel perdió toda la concentración. Esa mujer le provocaba sentimientos adversos. Por un lado, le gustaba comenzar un nuevo cuadro, especialmente cuando era un reto para él, no acostumbrado a retratar personajes. Por otro lado, su intuición le avisaba de algo que no podía ver.

Al día siguiente, un coche aparcó en la entrada de la casa. Un coche muy elegante. La mujer descendió del coche. Llevaba un largo abrigo de piel hasta los tobillos, donde se ceñían unas sandalias negras de alto tacón.

Daniel estaba en la cocina, cuando vio el coche por la ventana. Se encaminó hacia el estudio en cuya puerta estaba esperando Yolanda.

- Buenos días.
- Buenos días Daniel. ¿Preparado para empezar?
- Por supuesto -Daniel abrió la puerta-. Pase.
- Creo que debemos tutearnos. Vamos a estar juntos mucho tiempo.
- Bueno, por mi no hay problema. En cuanto al tiempo, dependerá del cuadro.
- No se preocupe. Deseará que el cuadro no se acabe.
- Siempre lo deseo. El entregar un cuadro es lo que menos me gusta. Y en este caso en particular, más aún, ya que cobraré por el tiempo que dedique.
- No se preocupe por el dinero -Yolanda le entregó un cheque el blanco firmado-. Cuando acabe ponga la cifra. No hay problema en la cantidad.

Daniel estaba cada vez más sorprendido y confuso.

- De acuerdo, hoy empezaremos por unos bocetos, para que yo pueda dimensionar el cuadro, y ver qué perfil usamos. Trabajaremos sobre papel y carboncillo. Luego comenzaré a esbozar el lienzo y entonces tendrás que venir para rematar las poses.
- Tú eres el artista. ¿Por dónde empezamos?
- ¿Qué postura deseas?
- Quiero una pose a lo "maja de Goya". La desnuda, por supuesto.

El autocontrol de Daniel estaba al límite. Este encargo era el más extraño y comprometido que jamás había tenido. Aprovechando que se encontraba de espaldas a Yolanda, preparando los cuadernos, tomó fuerzas para disimular su asombro y darse la vuelta.

- No creo que llegue a nivel de don Francisco, pero....
- Conozco tu obra. No me defraudará.

A continuación Yolanda desabotonó el abrigo y lo dejó caer al suelo. Debajo no llevaba nada.

- ¿Dónde me pongo? -su sonrisa delataba que se lo estaba pasando bien. El alborozo de Daniel era evidente, y Yolanda estaba disfrutando.

Daniel se apresuró a despejar el viejo sofa del estudio, cubriéndolo con una de las sábanas limpias que tenía guardadas en el viejo armario. Con un gesto señaló al sofa. Yolanda se recostó en la estudiada pose de la maja de Goya.

Daniel buscó otra sábana en el armario y la colocó sobre el cuerpo tendido.

- Es mejor la transparencia. -se justificó-. Mucho más estético.
- Usted es el artista.

Estuvieron todo el día realizando bocetos en papel. Al final del día, Daniel estaba agotado. Yolanda estaba fresca como una rosa. Era una modelo perfecta.

- Listo -dijo Daniel.
- Perfecto. - Yolanda se levantó sin preocuparse de ponerse el abrigo y se acercó a la mesa donde estaba el bolso. Le acercó una tarjeta a Daniel.- Llámame cuando tenga que volver. No hay prisa.

Yolanda recogió el abrigo. Daniel le ayudó a ponérselo. Después, abandonó tranquilamente el estudio.

Pese al cansancio, Daniel se puso a admirar los bocetos, pensando en la estructura del cuadro. Su mente vislumbró el acabado. Sin saber cómo, se encontró frente al lienzo del rincón. Lo destapó. El lienzo le habló sin palabras. Una sonrisa apareció en el rostro de Daniel.

- Casi cuarenta años - musitó-. Te ha costado casi cuarenta años.


Tres meses después, Yolanda abandonó el estudio con un paquete envuelto y metido en un carpeta porta-cuadros.
En el interior del estudio Daniel, en el momento en el que el lienzo abandonaba el estudio, cayó fulminado al suelo.

P.D.: Este relato fue fruto de un mini concurso en un foro desaparecido y por inspiración de una de mis canciones favoritas.

"El pintor y la modelo" Danza Invisible

¡Vuélvete!, tu imagen emerge del blanco del lienzo
entre la vida y tú y yo no hay nada,
no sé si mis colores te captarán,
pero hemos de intentarlo, pero hemos de intentarlo,
y mi tela y tu piel en mis dedos se confundirán

¡Mírame!, desde tus ojos mi pincel te ve
¡Mírame!, desde tus ojos mi pincel te ve

¡Vuélvete hacia mi!, tu voz me distrae
es mejor el silencio,
en este estudio desnudo no hay nada,
la superficie te ha de atrapar,
tienes que conseguirlo, tienes que conseguirlo,
y mi tela y tu piel en mis dedos se confundirán

¡Mírame!, desde tus ojos mi pincel te ve
¡Mírame!, y tus secretos yo desvelaré

¡Vuélvete! Tu imagen emerge del blanco del lienzo
en este estudio no hay nada,
no sé si mis colores te captarán
pero hemos de intentarlo, pero hemos de intentarlo
pero hemos de intentarlo (una vez más)

¡Mírame!, desde tus ojos mi pincel te ve
¡Mírame!, y tus secretos yo desvelaré
y tus secretos yo desvelaré
desde tus ojos mi pincel te ve,
¡Mírame!

La lagartija triste

Flumy era un bicho. Un bicho verde y con patas. Y con unas líneas amarillas por todo el cuerpo. Flumy era una lagartija.

A Flumy era difícil verla, porque vivía en un pequeño bosque donde había poca luz. Su color verde se confundía con las hojas de los árboles. Eso le gustaba, pero sólo porque evitaba que alguien la viera. A Flumy lo que de verdad le gustaba era estar tumbada al sol encima de una piedra. Pero no podía ser.

Flumy estaba triste. No le gustaba el bosque, pero no sabía salir. Un día, Flumy estaba tranquilamente tumbada al sol, cuando unos niños la cogieron por la cola y la metieron en un caja de cartón con agujeritos. Flumy estaba muy asustada y lloraba. Los niños llevaban la caja saltando. En uno de esos saltos, la tapa de la caja se abrión un poco y Flumy salió corriendo.

Estuvo corriendo por unos caminos negros donde había pintadas unas líneas blancas y por donde pasaban unas cosas con ruedas muy rápidas. De repente vió el bosque y se metió en él, pensando que era un buen lugar para que los niños no le vieran. Cuando pensó que ya no podían verle, se paró. No sabía donde estaba y no sabía salir de allí. Flumy estaba muy cansada y tenía hambre. Se tumbó en las hojas caídas del bosque y se quedó dormida.

Cuando Flumy despertó, no sabía qué hacer. Se puso a caminar. Cuando llevaba un rato caminando llegó a una pequeña charca. Allí encontró agua y algo de comida. Cuando estaba inclinada bebiendo agua de la charca, vió algo extraño al otro lado. Había algo que le estaba mirando.

- ¿Qué estas mirando? -preguntó la cosa.
- Na..nada -contestó asustada Flumy.
- ¿Por qué me miras así? Acaso no has visto nunca un gloku.
- ¿Un qué? -preguntó sorprendida Flumy.
- Un gloku. Veo que eres un ignorante. Un gloku es un ser que vive en los bosques.

Flumy se quedó mirando a aquel ser, que más bien parecía una patata con patas y cara. Nunca había visto algo así, ni había oido hablar de los glokus, pero claro, Flumy era joven.

- Lo siento. No quería molestarle. Es que me he perdido.
- ¿Perdido? ¿En este bosque? -preguntó el gloku. Pues no hay problema. Yo conozco perfectamente el bosque, así que puedo ayudarte a salir.
- Muchas gracias, señor.
- Mi nombre es Difo. -dijo el gloku sonriendo. ¿Y dónde quieres ir?
- Pues...., es que no lo sé.
- ¿Y eso cómo es posible? ¿No sabes a dónde quieres ir?
- Es que me perdí -contesto Flumy sonrojándose. Es que me cogieron unos niños, pero me escapé, y me escondí en este bosque. Pero no sé donde tengo que ir.
- Pues eso es un problema -dijo Difo. Pero tú no te preocupes. Conozco a alguien que nos puede ayudar. Acompáñame.
- Es que no sé si debo ir con extraños.
- Creo que esto es una situación especial. ¡Vamos!

Flumy siguió a Difo por unos caminos ocultos. Le hacía gracia la manera de caminar del gloku. Parecía que se iba a caer en cada paso y, de vez en cuando, daba pequeños saltitos. Poco a poco Flumy fue tomando confianza.

Mientras caminaban, Difo iba explicándole qué eran las cosas por las que pasaban. Cuando llegaron a un hueco en un árbol dijo:
- Ya estamos. Voy a llamarle para que baje.

Difo dio unos golpes en el árbol, y entonces se oyó una voz dentro:

- ¡Ya voy!
- Soy Difo. Baja que nos tienes que ayudar
- ¿Nos? ¿A quienes?
- Es que he traído un amigo.

Por el hueco del árbol apareció un halcón plateado. Flumy se escondió detrás de Difo.

- No te preocupes Flumy. -dijo Difo. Este es Flyer. Es inofensivo.
- Bienvenido al bosque Flumy -dijo Flyer tendiendo el ala hacia Flumy.
- La verdad es que ha llegado aquí porque se ha perdido. -dijo Difo. No sabe salir y no sabe dónde tiene que volver.
- ¡Vaya! -exclamó Flyer. Pues habrá que ayudarle. ¿Recuerdas algo del lugar de donde vienes?
- ¡Claro! -dijo Flumy. Había un río muy grande con grandes rocas donde nos tumbábamos a tomar el sol.
- Pues voy a buscar -dijo Flyer, extendiendo las alas y echando a volar.

Difo y Flumy se quedaron mirando como el halcón partía en busca del gran río.

- Supongo que no habrás comido -dijo Difo.
- La verdad es que no mucho.
- Pues pasemos a casa de Flyer y comamos algo.
- ¿No le importará a Flyer?
- Para nada. Aquí lo compartimos todos.

Cuando ya habían terminado de comer, y mientras tomaban una taza de chocolate caliente, Flyer apareció en el árbol.

- ¡Lo encontré! -exclamó Flyer sonriente. Está un poco lejos, pero lo encontré.
- ¡Estupendo! -dijo Difo. Pues vamos para allá.
- No tan rápido Difo -dijo Flyer. No podemos ir todos. Está muy lejos. Tendré que llevar a Flumy en mis garras.
- ¿En tus garras? -preguntó Flumy asustado.
- No hay otra manera. Además, no te hará daño. Te puedo asegurar que te gustará.
- No te preocupes. -dijo Difo. A mi me llevó una vez y fue muy divertido. No te entretengas más, que tu familia estará preocupada. Y promete volver algún día.
- Lo haré -prometió Flumy. Muchas gracias por todo.

Flyer cogió a Flumy entre sus garras y voló. Voló mucho rato hasta llegar a un río de color azul. Comenzó a planear y a bajar hasta un grupo de piedras en las que se veía una serie de manchitas verdes.

- ¡Esa es mi familia! -gritó Flumy.
- Allá vamos.

Flyer aterrizó entre un grupo de asustadas lagartijas, dejando suavemente a Flumy en el suelo.

- ¡Flumy! -exclamó una lagartija de gran tamaño. ¿Dónde te habías metido?
- Me perdí. Pero unos amigos me han ayudado a volver.

La lagartija miró el halcón, y se acercó lentamente.

- Muchas gracias por traernos de vuelta a Flumy.
- No ha sido nada. Ahora, vigilénlo para que no se vuelva a perder. La próxima vez puede no tener tanta suerte.

Flyer se acercó a Flumy.

- Recuerda, que algún día, cuando seas mayor, debes volver al bosque y visitarnos.
- Prometido.