jueves, 29 de diciembre de 2011

Cuento de Navidad

El camino estaba cubierto de hojas caídas de los árboles. Serpenteando por la ladera del monte, llevaba a uno de los extremos del pueblo. De allí a la casa, un pequeño paseo.

Laura y Nacho habían salido a media mañana para caminar. Cada uno llevaba su mochila con sus trastos. Nacho con su cámara colgada al cuello iba fotografiando todo lo que le llamaba la atención. Disparaba continuamente; luego ya descartaría las fotos que no sirvieran. Laura, por su parte, llevaba su cuaderno en la mochila. Le gustaba dibujar. Era su afición. Cuando salían juntos a caminar, buscaban un lugar apropiado y ella se sentaba, sacaba su cuaderno y sus lápices y se ponía a plasmar momentos en el papel. Mientras, Nacho iba de un lado a otro buscando paisajes, fotogramas o animales que fotografiar. Aquel día no fue una excepción. El día era frío, pero con sol y aprovecharon un recodo a orillas de un pequeño arroyo para acomodarse sobre unas rocas y comer. Después, cada uno con su afición.

Sobre las cinco de la tarde decidieron regresar. El sol comenzaba a bajar y a estas alturas del año, ya no calentaba. Además, les gustaba regresar en ese momento para poder contemplar el atardecer. Los colores anaranjados del sol terminando su ciclo diario eran un espectáculo digno de observar una y otra vez. Cuando estaban llegando al pueblo, una enorme bola naranja estaba ocultándose contra la silueta de las montañas lejanas y las nubes que había en el cielo eran de color violeta y morado. Hicieron una pausa en la última curva del camino y admiraron como el sol terminaba de desaparecer. Estaban cogidos de la mano. Nacho llevaba la cámara al cuello, pero desistió de intentar hacer alguna foto. Nunca había sido capaz de mostrar la intensidad del momento en una foto. Finalmente, se dirigieron hacia la casa.

Al entrar, Luis asomó la cabeza por la puerta del pequeño cuarto adyacente a la recepción. Tendría unos cincuenta años, mirada amable, vestido con pantalones de pana y un jersey bastante trillado.

- ¿Qué tal la caminata? - preguntó.
- Bien.- respondió Nacho. El tiempo perfecto. Nos hemos acercado al arroyo y hemos estado siguiendo su curso. Luego hemos encontrado un par de rocas sugerentes y nos hemos sentado a pasar la tarde.
- Poca agua llevaría en esta época. ¿Os apetece un chocolatito caliente? He encendido la chimenea en el salón, así que os lo puedo llevar allí.
Luego bajando el tono de voz y acercándose a ellos susurró:
- Tenemos otro visitante. Apareció a mediodía. Un señor mayor, callado. Está sentado leyendo, así que le he encendido la chimenea. Pensaba que Navidad no iba a venir nadie, y no hacéis más que llenarme la casa - concluyó en tono de broma.

Nacho y Laura se miraron. No necesitaron comentar nada.

- No nos importa. Sabes que nosotros molestamos lo mínimo posible - respondió Laura. Respecto al chocolate, la verdad es que no nos vendría mal. Como me suba a la habitación, voy a caer rendida en la cama.
- Pues entonces, pasad y ahora os llevo el chocolate.

Laura y Nacho se encaminaron al salón. Al entrar, el calor y el olor a leña quemada se acentuaron. La sala era muy amplia, con ventanales en tres de los cuatro lados. En la chimenea, situada en el centro de la habitación, a la derecha de la puerta, ardía un fuego acogedor. El visitante se encontraba sentado en un sillón de orejas al lado de uno de los ventanales. Sostenía un libro en las mano, y lo leía a través de unas pequeñas gafas que le caían por el puente de la nariz. Tenía un porte solemne. Pelo abundante y canoso, piel tostada por el sol; ojos azules, acuosos y profundos. La pierna derecha cruzada sobre la izquierda. Zapatos lustrados, pantalones verdes, camisa blanca abierta con un pañuelo de seda protegiendo el cuello, chaqueta sport verde. Para Laura la imagen era cautivadora. También Nacho se quedó mirando al visitante. Un cuadro perfecto.

Al darse cuenta de su llegada, cerró levemente el libro, giró la cabeza hacia la puerta y los miró por encima de las gafas de leer. Inmediatamente, con un gesto sencillo y habitual, se quitó las gafas, dejó el libro sobre una mesa cercana y se levantó a saludar. Se dirigió con paso ágil hacia ellos y les tendió la mano.
- David de Soto, para servirles.- estrechó levemente la mano de Laura, e inmediatamente la de Nacho.
- Yo soy Laura y el es mi marido, Nacho.
- Encantado. -respondió David. Espero no molestar. Necesitaba alejarme del mundo y me recomendaron esta casa. No sabía que había otras personas. - lo dijo casi disculpándose por estar allí.
- No se preocupe. -respondió Laura. Ya hemos estado aquí muchas veces, y siempre hay alguien. El sitio es precioso y la casa muy tranquila. Luis nos trata siempre bien. Por eso repetimos. Aunque es nuestra primera Navidad aquí. Siempre venimos en primavera o verano. Pero este año necesitábamos un lugar así. -una leve nota de tristeza se coló al final de la frase.
- Siéntense por favor.
- Claro. -respondió Nacho. Pero no nos llame de usted, que es demasiado formal.
- Como queráis entonces, pero a cambio, debéis tutearme también. Si no, me siento más viejo de lo que soy. - la sonrisa siempre estaba en sus labios.
- Los que no queremos molestar somos nosotros. - dijo Laura. Parecía que estabas muy concentrado en la lectura. Sigue leyendo, por favor.
- Claro, así os dejo a vosotros tranquilos también.
- ¿Qué estás leyendo? -preguntó Nacho, siempre curioso.
- Sherish. Un libro nuevo de un escritor poco conocido. Interesante. Me gusta leer cosas poco conocidas. De momento, me gusta.
- No lo conocemos. Te dejamos continuar con tu lectura.

Dicho esto, se sentaron en el sofá que estaba en el lado opuesto al sillón donde leía David. Al instante, como si estuviera esperando a que terminaran de hablar, Luis entró con una bandeja. Tres humeantes tazas acompañaban a dos platos, donde descansaba un esponjoso bizcocho.

- Aquí tenéis. Me he permitido la licencia de traer un poco de mi bizcocho para acompañar. Y también le he traído uno a usted, David. - dijo depositando una taza y un plato en la mesa al lado del sillón.
- Muy amable. Buen provecho. -dijo, levantando la copa en dirección a Laura y Nacho.

Nacho sacó su cámara y se puso a revisar las fotos del día. Al final, se levantó y fue a la habitación para bajar el portátil y poder trabajar mejor.
Mientras Laura sacó su cuaderno de dibujo y repasó los bocetos del día. Una y otra vez su mirada se dirigía al sillón donde estaba David leyendo. Le cautivaba la estampa. Al fondo, la sierra de Guadalupe se intuía ya que la luz del día iba desapareciendo. En el cristal, el reflejo de David, sereno y concentrado. De fondo, silencio y el chisporrotear del fuego, hipnótico. Sin poder contenerse, sacó un lápiz y se puso a dibujar a David. Normalmente, pintaba paisajes y escenas, pero pocas veces personas. No se le daba bien. Esa tarde, sin embargo, los trazos salían solos.
Cuando Nacho volvió con el portátil encendido en las manos, vio a Laura con el ceño fruncido y la punta de la lengua asomando por la comisura de los labios, dibujando sobre el cuaderno. Echó de menos su cámara para poder inmortalizar el momento. Lo que más le gustaba eran las fotos "robadas", es decir, las hechas sin que las personas sepan que se las hacen y posen. ¡Una lástima que estuviera sobre la mesa!

Se sentó suavemente a su lado para no molestar y miró por encima del hombro. Enarcó las cejas; el dibujo era muy bueno. De los mejores que había visto hacer a Laura. Por ello, la dejó seguir y se dedicó a pasar las fotos al ordenador para seleccionar las buenas y eliminar el resto. Era su tarea rutinaria tras sus salidas al campo.

Un rato después, Luis entró de nuevo en el salón a comprobar la chimenea. Echó un par de troncos al fuego y se volvió hacia el sofá. Laura estaba dormida con el cuaderno caído sobre las piernas. Nacho estaba concentrado en el portátil.
- Nacho. -le llamó suavemente. ¿Sobre qué hora vais a cenar? Yo os lo dejo preparado, y me voy a pasar la Nochebuena con la familia. Os quedáis solos, pero no os prepocupéis que lo dejo todo listo. La mesa puesta, la cámara frigorífica con bebida y la comida lista para que os la toméis. Si queréis calentar algo, vais a la cocina.
- Sin problema. Luego te confirmo la hora.

Cuando Luis se marchó, Nacho despertó suavemente a Laura.
- ¿A qué hora quieres cenar? Me lo ha preguntado Luis, que se quiere marchar con la familia.
- Sobre las diez estará bien, pero que no se preocupe, que ya nos apañamos solos.
Al levantarse, el cuaderno cayó al suelo. El dibujo de David estaba terminado.
- ¡Es fantástico! -exclamó Nacho. Tiene un aire solemne y melancólico a la vez.
- No sé cómo lo he hecho. Me vino la inspiración y lo plasmé. - dirigió su mirada a David. Espero que no le moleste que le haya pintado. Me da un poco de reparo. Es como si le hubiera robado un pedacito de alma.
- No creo que le importe. - respondió Nacho. Claro que también se lo puedes preguntar.
- No sé, me da vergüenza.
- Tiene pinta de buena persona, no tengas miedo.
- Vale, pero vente conmigo.

Se dirigieron los dos hacia donde estaba David leyendo.
- Perdona que te molestemos -dijo Laura.
- No os preocupéis -respondió David.
- Espero que no te importe, pero cuando estabas leyendo, no he podido evitar esbozarte en mi cuaderno. - Ante la mirada de sorpresa de David, Laura explicó: Es mi afición. Me gusta pintar a lápiz lo que veo. Son dibujos en blanco y negro; fundamentalmente paisajes y animalillos. Las personas no se me dan bien. Pero hoy ha sido la excepción. Me ha parecido que estaba robando tu intimidad y por eso hemos venido.
- ¿Me lo enseñas? - preguntó tendiendo la mano hacia el cuaderno.

Laura se lo entregó, abierto por la hoja donde estaba su dibujo. Una chispa apareció en los ojos de David. Los ojos azules iban del cuaderno a Laura. Finalmente se lo devolvió.

- Por supuesto que no me importa. Es precioso. Creo que es lo más bonito en lo que he participado en mucho tiempo. -dijo, haciendo que Laura se sonrojara. ¡Cómo me alegra ver que a mi edad soy capaz de sonrojar a una mujer joven y guapa! - se le escapó una carcajada sincera.

Nacho le acompañó en la carcajada, mientras Laura no sabía a dónde mirar ni qué hacer con las manos.

- No te preocupes - la consoló poniéndole la mano sobre el hombro. Las personas mayores hemos perdido la vergüenza y tenemos libertad para decir inconveniencias sin pudor. Realmente es precioso. Me ha encantado.
- Se lo regalo -dijo Laura espontáneamente.

Nacho la miró sorprendido. Laura era muy suya con sus dibujos. Sólo los enseñaba a los íntimos y nunca los regalaba.

- No puedo aceptarlo -respondió David, interpretando la mirada de Nacho. ¡Quédatelo!
- En serio, te lo regalo. Quizás se lo mejor que he dibujado nunca, y probablemente no lo repita, pero siento que no me pertenece. No estaría cómoda con él.

Finalmente, David lo cogió cuidadosamente.

- Gracias. Lo guardaré con cariño.
- De nada.
- En fin -interrumpió Nacho. Creo que es hora de subir a darnos un baño y prepararnos para cenar.
- ¿Dónde vas a cenar, David? - preguntó Laura.
- Bajaré al pueblo antes de que cierre el bar y tomaré algo.

Laura y Nacho se miraron. No necesitaron mucho más.

- ¡No podemos permitirlo! ¡Es Nochebuena! Cena con nosotros. Vamos a estar los tres solos en la casa y seguro que Luis ha preparado comida de sobra.
- Pero querréis estar solos...
- No necesariamente -respondió Nacho. Podemos decir que hemos venido huyendo de los conocidos y buscando tranquilidad. Pero no significa que no queramos compartir la cena contigo.
- Después de robarte un trozo de alma, es lo menos que podemos hacer por ti. -dijo Laura.
- Creo que no dejáis opción. -contestó resignado, aunque su expresión denotaba cierta alegría. ¿A qué hora?
- A las diez está bien - respondió Laura.
- Claro que yo estaré a las nueve y media, mientras Laura termina de arreglarse -comentó esquivando el codazo de Laura.
- ¿No tendré que vestir de etiqueta? - preguntó asustado David. No vengo preparado para fiestas.
- No es necesario. Nosotros nos arreglaremos un poco, pero por tradición.
- Entonces será mejor que suba a prepararme. Nos vemos luego.

Como había anticipado Nacho, mientras Laura terminaba de prepararse para la cena, él bajó al comedor de la casa. Luis había dejado una mesa preparada. Fue a la barra a servirse una cerveza y a continuación, preparó un sitio más en la cena. Estaba en ello cuando David apareció por la puerta. Vestía pantalón negro y camisa blanca, esta vez sin pañuelo ni chaqueta. Todo perfectamente planchado. Nacho se miró y confirmó que el no iba ni la mitad de elegante.

- ¿Qué tal? - preguntó Nacho.
- Bien. Supongo que Laura está terminando de arreglarse.
- Correcto. Con un poco de suerte, no tendremos que esperar más de un par de horas. -dijo con ironía.
- Entonces habrá que hacer más amena la espera. ¿Qué bebes?
- Cerveza. ¿Quieres una?
- De acuerdo.
- Mientras te la pongo, echa un vistazo a los vinos. Me ha dicho Luis que bebamos el que queramos, pero que nos recomienda los de la primera balda.
- Voy a ver.

Cuando Laura entró en el comedor, Nacho y David conversaban amenamente. Al verla, los dos se pusieron en pie y la invitaron a sentarse. Vestía un sencillo vestido negro, que se ajustaba perfectamente a su figura. Un collar de perlas y unos pendientes a juego eran sus únicos adornos. El pelo, estaba recogido en un moño alto.

- Buenas noches. -saludo David. Veo que ha merecido la pena esperar. Nacho es un hombre afortunado.
- Gracias. -replicaron los dos casi a la vez.
- Siéntate, por favor. Estábamos charlando un poco.

La noche transcurrió de manera amena. Tres historias tristes se entrelazaron durante la velada.

Nacho era ingeniero. Huérfano desde corta edad, estuvo viviendo con unos tíos lejanos hasta que consiguió independizarse trabajando de camarero en un bar. A base de trabajo, becas y esfuerzo logró sacarse la carrera. Cuando empezó a trabajar, conoció a Laura y unos meses después salían juntos.
Laura era informática. Estuvo viviendo con sus padres hasta que decidió irse a vivir con Nacho. Les costó bastante el cambio, ya que no andaban sobrados de dinero y contaban con poca ayuda familiar. Por la parte de Nacho, había poca familia, y por la de Laura, no estaban de acuerdo con que se fueran a vivir juntos y no les ayudaron.
Aprendieron a sobrevivir con poco dinero y con problemas para llegar a fin de mes, pero al final, salieron para adelante. Se casaron en la intimidad, rodeados de amigos y parecía que la vida les sonreía hasta que este mismo año, murió el padre de Laura. Estaban esperando un hijo, pero lo perdieron. Tuvo una fuerte pelea con su madre a raíz de la muerte de su padre. Su madre le recriminó que les hubiera abandonado y que se desentendiera de su familia. El disgusto, probablemente, provocó el aborto.
Esto hizo que decidieran evadirse de su mundo unos días y se decidieron por la casa de Luis, que conocían de vacaciones anteriores. Habían llegado a entablar una cierta amistad con él, y les permitía ciertas libertades, como la de pasar la Nochebuena allí, solos.

Cuando llegó el turno de David, éste dudó. Su vida había sido radicalmente distinta en algunos aspectos y muy parecida en otros. Él era un hombre de negocios de éxito. Heredó todos los negocios familiares y su astucia e inteligencia hicieron el resto. No tenía estudios universitarios, pero había vivido el negocio desde joven y sabía lo que tenía que hacer. Sus negocios tuvieron enorme éxito. Lamentablemente, en su vida personal, el fracaso era total. Casado con una mujer, a la que no reconocía tras los primeros años de matrimonio, y con tres hijos que no le tenían ningún afecto. Su madre les había criado impersonales y fríos. Sólo les interesaba el lujo y la buena vida, cosas que habían aprendido de la madre. Llegaron al extremo de tratarse sólamente por medio de abogados. Los desencuentros habían llegado a tal extremo que David decidió dejar los negocios y ceder el control a la propia empresa, manteniendo él el control de las cuentas y dejando a la mujer y los hijos sin poder ni control. Éstos no lo dudaron y habían entablado acciones legales contra él. Ahora mismo estaban inmersos en un juicio sucio y descarnado, que no iba a terminar bien para ninguno. Dada la situación, David decidió irse a un lugar remoto, y le recomendaron la casa de Luis.

- Pero eso no importa ahora -dijo David. Estamos aquí disfrutando de una maravillosa velada. Prefiero estar con vosotros que con otras personas. Hoy os he conocido y vuestra manera de actuar me ha gustado. Hacía mucho tiempo que nadie me trataba de esa manera y me regalaba algo sin pedir nada a cambio.
- No hemos hecho nada. Sólo te hemos ofrecido algo de compañía.
- Pensaba que no quería compañía, pero me había equivocado. Lo que necesitaba era la compañía correcta.
- Bueno -dijo Laura. Vamos a recoger esto un poco.
- Eso, así podemos bailar y tomarnos una copita -comentó Nacho.
- Manos a la obra.

Una vez recogidas las cosas, se pasaron al salón donde avivaron el fuego, pusieron algo de música y Laura fue turnándose para bailar con ambos. Al final, se dejaron caer en el sofá y comentaron la velada un rato. Finalmente, decidieron irse a dormir, ya que había sido un día intenso.

- Ha sido un verdadero placer -dijo David. No esperaba esto. Me lo he pasado realmente bien. Os estoy muy agradecido.

Se despidieron con un beso y cada uno se fue a su cuarto. Cuando Nacho y Laura estaban ya en la cama, compartieron opiniones.

- Una persona curiosa - dijo Nacho.
- Yo diría encantador. No creo haber conocido a nadie así nunca. Ha sido una verdadera suerte. Nosotros nos quejamos de que no tenemos dinero pero, en el fondo, somos felices con lo que tenemos. Hemos comprobado que el dinero no lo es todo, y que no siempre lleva aparejada la felicidad.
- Cierto -afirmó Nacho en tono somnoliento.
- Creo que es hora de dormir. Ha sido un día intenso. - Laura le dio un beso a Nacho y se quedaron dormidos.

Al día siguiente bajaron a desayunar esperando encontrar a David. Pero el que estaba era Luis.

- Buenos días, pareja. No busquéis a David. Se levanto temprano y se marcho. - al ver la cara de decepción de ambos, añadió: Pero ha dejado esto para vosotros.

Les tendió un sobre cerrado, con el nombre de ambos escrito a mano en el frontal.

Queridos amigos:

Permitidme que os llame amigos, a pesar de conoceros sólo de unas horas.
Me hubiera encantado despedirme de vosotros como es debido, pero he pensado que era mejor de esta manera.
Parafraseando a Dickens, soy el fantasma de las Navidades futuras. En el sobre encontraréis dos cosas.
Una es mi tarjeta personal con mi número privado y mi dirección. No dudéis en contactar conmigo y en venir a visitarme cuando nazca vuestro hijo. No os sorprendáis. Estoy seguro de que en algún momento no muy lejano seréis padres. Es necesaria gente como vosotros en esta vida.
La otra es mi regalo de Navidad. Consideradlo una compensación por el dibujo y por la velada de ayer. Es la única manera que sé de hacer las cosas y espero que, esta vez, tenga un final feliz.

FELIZ NAVIDAD.


Laura y Nacho se miraron sorprendidos. Miraron dentro del sobre, y efectivamente había una tarjeta y otro sobre más pequeño. Al abrirlo, encontraron un cheque por dos millones de euros.