lunes, 24 de agosto de 2009

El lugar (Sherish)

Jerez despierta lentamente. La cuidad se pone en marcha temprano. Al ser sábado, hay menos movimiento. Podemos encontrar a algún trasnochador desayunando antes de volver a casa. Vemos preparar los coches de caballos para los paseos de los turistas. Se espera un día de sol, como es habitual en este lugar. El clima de esta zona es muy estable. Veranos calurosos e inviernos templados con poca lluvia.

En la entrada de las oficinas de la bodega Ana revisa la furgoneta. La tarde anterior su padre le había llenado el depósito y había cargado un tablero y unos caballetes para poder montar una mesa. Vio aparecer el coche de Lucas. Con él venían Lucía y Rosa. Tras los saludos habituales, descargaron el maletero del coche y fueron poniendo cosas en el interior de la furgoneta. Todo menos la guitarra de Lucas, que iría a buen recaudo con él en la parte delantera.
Unos minutos después apareció el resto del grupo en el coche de Raúl. Cuando estuvo todo cargado en la furgoneta, dejaron los coches en el parking de la bodega y se fueron a desayunar a Jerez, donde les esperaban los padres de Ana.
Como hacía buen tiempo, desayunaron en la terraza en lugar de dentro del bar. Juntaron un par de las mesas metálicas y desayunaron tranquilamente. Desayuno típico andaluz para todos. Cada uno el café a su gusto y tostadas con aceite y tomate rallado. El pan de molletes, mucho más tierno. La presencia de los padres de Ana hacía que la conversación fuera la típica padres de amigo con amigos. No es que estuvieran incómodos, ya que se conocían de años, pero al fin y al cabo, eran padres. Estuvieron interesándose por el estado de los estudios o trabajos. A pesar de todo, pasaron un rato agradable.

Una vez que hubieron terminado de desayunar, se pusieron en marcha. El padre de Ana abría el grupo en su coche, y el resto iban siguiéndole en la furgoneta, que conducía Toni. Salieron de Jerez por la antigua carretera que va a Sanlúcar de Barrameda. Los viñedos de los padres de Ana estaban a unos cinco kilómetros de Jerez, y los que iban a visitar lindaban con ellos. Salieron de la carretera principal y siguieron por un camino lateral que rodeaba los viñedos de la familia de Ana. A la derecha veían las hileras de las viñas. No entendían mucho de esto, pero la imagen era bonita. Filas y filas de viñas que continúan hasta el horizonte. Todo pulcro y bien cuidado. Al estar sobre una pequeña colina, no se veía el final de la plantación. El camino giraba a la derecha, alejándose de la carretera a la vez que se elevaba. Cuando remontaron el repecho, a la izquierda apareció el viñedo que iban a visitar. El contraste era obvio. No estaba bien cuidado. No se distinguían las separaciones entre las hileras. Al final, sobre otro pequeño promontorio, se atisbaban unas edificaciones. Dos siluetas blancas se recortaban contra el horizonte. Eran la bodega y la casa en la que vivían los dueños. Conforme se acercaban, se podían apreciar más detalles.
La bodega era un edificio grande y alto de planta rectangular con un tejado a dos aguas. En los laterales se podía leer el nombre de la bodega sobre el fondo blanco. Bodegas Wilson. Las ventanas estaban situadas en la parte superior y se veía un gran portón doble desde donde se podía acceder al interior.
El otro edificio era una casa de dos plantas, encalada del mismo modo que la bodega. Era una casa bastante grande, lo que daba a entender que había vivido en ella una gran familia. En la parte trasera se encontraba lo que en otra época debían ser las cuadras. Se había hecho una pequeña reforma para transformarlas en un aparcamiento cubierto, así que allí fue donde dejaron los vehículos para protegerlos del sol.
Bajaron todos y se pusieron a observar el lugar. El grupo de amigos un poco más tímido, y los padres de Ana más dispuestos.
- Así que estos son los edificios que nos han tocado – dijo el padre de Ana, observando las edificaciones con mirada crítica. Esperaba encontrármelos en peor estado.
- Debe ser que han estado viviendo aquí hasta hace poco – comentó la madre. La bodega parece peor conservada, pero la casa no está demasiado mal.
- Se supone que siguen teniendo agua y luz – dijo el padre. A menos no han dado de baja los contratos. Eso debe significar que venían de vez en cuando, porque si no, no tiene sentido tenerlos activos. ¡En fin! Nosotros vamos a dar una vuelta por los viñedos, que es lo que nos interesa. Si queréis os dejo las llaves y exploráis un poco.
- Espero que no haya nada asqueroso – dijo Lucía con cara de asco.
- Eres una tiquismiquis – se quejó Martín. Dame las llaves que vamos a investigar.
- De acuerdo – dijo el padre, tendiéndole dos juegos de llaves. Las del llavero con el caballo son de la casa. Las que no tienen llavero, de la bodega. De todos modos, tened cuidado. No sé cómo estarán las estructuras.

Los padres se encaminaron al interior de los viñedos, mientras el grupo miraba los edificios. No parecían muy animados.
- ¡Vamos! – exclamó Martín. Hemos venido a esto, ¿no? Yo voy a ver la casa. El que quiera que venga detrás.

Se dirigió decidido a la puerta, mientras trataba de averiguar cuál era la llave correcta. Al segundo intento, la puerta se abrió. Algunos esperaban un chirrido en plan película de miedo.Todo lo contrario. La puerta se abrió silenciosamente. La casa olía a cerrado y las ventanas estaban cerradas. Martín probó a abrir la primera que se encontró en el pasillo. Abrió sin problemas. Después lo intentó con los postigos de madera. Aquí tuvo más problemas. Llevaban tiempo sin abrirse y al dar al exterior, se habían atascado. Después de unos cuantos golpes, cedieron.
Al ver que no había nada raro, el resto del grupo fue entrando. Lucía y Rosa fueron las últimas. Se veía que no estaban convencidas de que no hubiera cucarachas o ratas.
Tácitamente se fueron ocupando de abrir todas las ventanas de la planta inferior. Cuando hubieron terminado, la casa estaba llena de luz. Estaban todos en la cocina, que era la última habitación de la planta. Los antiguos dueños no se habían llevado nada. Las habitaciones tenían sus muebles y la cocina tenía hasta la vajilla dentro de los armarios.
- Parece que no le tenían mucho apego a los recuerdos – dijo Lucas. Estos han cogido la pasta y han dejado lo demás.
- Es como cuando vas a una casa de vacaciones. – comentó Rosa. Está todo lleno de polvo, pero está todo preparado para pasar unos días.
- No quiero ni pensar en cómo estarán los dormitorios – dijo Ana. Seguro que hasta están lo pijamas debajo de las almohadas.
- ¡Vamos a inspeccionar el resto! – animó Raúl. Hay que ver lo que hay en la casa y de paso abrimos todas las ventanas y ventilamos. Huele a cerrado.

Encontraron la escalera y fueron recorriendo todas las habitaciones que había por la casa. La casa tenía dos plantas. En la parte de abajo había un salón que ocupaba casi la mitad de la planta, un baño, un despacho cuyas ventanas daban a los viñedos y la cocina, a través de la cual se salía al patio de la parte trasera. En uno de los lados había una despensa. En la parte de arriba estaban los dormitorios. La escalera acababa en un pasillo que dividía la planta de arriba y que terminaba en el dormitorio principal. Había cinco habitaciones a cada lado con dos baños situados en la mitad del pasillo. El dormitorio principal era bastante amplio con un vestidor y un baño propio.
Una vez que terminaron de recorrer la casa, se reunieron el exterior bajo la sombra de un gran árbol.
- La casa es bastante antigua, a juzgar por los muebles – comentó Lucas. Pero la distribución es moderna y bastante funcional. Han aprovechado muy bien la amplitud de la casa. Aquí debió vivir una familia bastante amplia.
- Mi padre me contó que la familia Wilson llegó en el siglo XVIII. En algún momento del siglo XIX vivieron aquí tres generaciones de la familia. El abuelo hizo tirar la antigua casa y mandó construir ésta. Luego fueron haciendo reformas, hasta que, a mediados de los 70, los descendientes que quedaban fueron dejando la casa y se trasladaron a Jerez. Venían algún fin de semana y poco más. En los últimos años, la casa estaba habitada por una pareja de personas mayores que se encargaban de echarle un ojo a la propiedad.
- La verdad es que está bastante bien conservada – apuntó Toni. Con unos cuantos arreglos, y si no te importa vivir con unos muebles de anticuario, se puede vivir en esta casa.
- Pues a mí, esta ronda turística me ha abierto el apetito – dijo Martín. Como encargado oficial del avituallamiento de este grupo, pienso que es hora de ir tomando algo.
- Aún nos queda ver la bodega – protestó Lucía. Si nos ponemos a comer, luego nos dará una pereza tremenda ir a verla.
- Creo que yo puedo vivir sin ver la bodega – respondió Lucas. Si quieres te cuento lo que vas a ver. Abrirás el portón, olerá a vino y a corcho, te encontrarás un pasillo central con hileras de grandes barriles de roble a ambos lados. Todo estará oscuro y abandonado. Prefiero le emoción del fuego y el olor de la grasa chisporroteando sobre las brasas.
- ¡Eres un poeta! – dijo Rosa con sorna. Yo me apunto a lo de la bodega.
- Yo me quedo con Martín, que no fío de dejarlo solo con la comida – Raúl se acercó a Martín y le dio un cariñoso golpe en la espalda. El que se quiera quedar, que se pase al lado de los materialistas.

El resto del grupo denegó la oferta. Conocían de sobra a Martín y Raúl. Siempre se encargan de las barbacoas. Al final terminaban bebiendo el doble que los demás y picando todo el rato. Pero se lo pasaban bien, y lo cierto es que cocinaban muy bien. Los dos se pusieron a montar la parilla y a buscar madera, mientras los demás se dirigían hacía el otro edificio.

1 comentario:

belushy dijo...

Coño, pensaba que cuando describías el viñedo aparecería el Josep Álvarez de un momento a otro.. :D