jueves, 5 de enero de 2012

El pintor y la modelo

El sol entraba a raudales por la ventana. Era media mañana. Los rayos de sol caían directamente sobre la cama, en la que enredado entre la sábanas, se veía un cuerpo atravesado.

Daniel abrió los ojos, gruñendo por lo molesto del sol, aunque en el fondo estaba agradecido. Le encantaba que el sol le despertara. No dependía de relojes ni horarios. Trabajaba en casa, con lo cual, se podía levantar a la hora que quisiera.

Después de muchos años, la rutina de cada mañana era similar. Daniel se dirigió medio mecánicamente a la cocina, donde, mientras se hacía el cafe en la vieja cafetera, preparaba un zumo de naranja. Luego un par de rebanadas del excelente pan de pueblo, que cada mañana traía Pepe, en su ruta. Unos chorritos de aceite sobre el pan previamente huntado con ajo. En media hora, listo para afrontar el día.

Daniel salió a su estudio. Una habitación anexa a la casa, con grandes ventanales, por donde entraba la luz. Ese era su territorio. Los lienzos y las pinturas estaban por todas partes. Habia distintos atriles donde descansaban varios proyectos de cuadros, todos tapados con sábanas salpicadas de manchas de todos los colores. A sus sesenta años, Daniel llevaba pintando desde que tenía quince, había pintado muchos cuadros. Era su trabajo y no se le daba mal. Le servía para vivir cómodamente.

En un rincón, un cuadro especial. Un cuadro inacabado. De hecho, era un cuadro sin comenzar. Un día, siendo Daniel joven, a la vuelta de comprar material para pintar, se puso a colocar las cosas. El último paquete era el de los lienzos. Cuando los estab colocando, uno de ellos le pareció especial. No tenía nada de diferente, pero al cogerlo, una corriente pasó a través de los dedos de Daniel. Los artistas son personas muy especiales, y en ese momento, Daniel se convenció de que ese lienzo estaba reservado para el cuadro de su vida, su gran obra. Desde ese momento, cada vez que comenzaba una nueva obra, destapaba el lienzo del rincón y ante el vacío del mismo, esperaba a que el lienzo le comunicara que debía plasmar esa obra en él. Hasta el momento, no había sucedido, pero no le preocupaba en absoluto. Ese día, y ese cuadro llegará.

Retiró la sábana de uno de los proyectos y se puso a pintar. Estaba tan concentrado que no oyó los golpes en la puerta. La persona al otro lado de la misma insistió, rompiendo la concentración del pintor. Los que le conocían sabían que no debían molestarle, así que debía ser alguien desconocido. Resignado se dirigió a la puerta y abrió.

- Buenos días. -una mujer estaba plantada en la puerta. Su voz era delicada como el cristal
- Buenos días.

Daniel miró atentamente a la mujer. Había algo inquietante en ella. Cabello negro azabache, piel muy pálida, unos ojos verdes de mirada penetrante. Una mujer peculiar.

- ¿Qué desea?
- He oido que es usted un gran pintor.
- Habladurías de la gente. -La voz de la mujer le producía una sensación extraña.
- Bueno, es que quería un retrato.
- ¿Un retrato? No es mi especialidad.
- Bueno - su sonrisa se hizo más grande-. Siempre se puede hacer un esfuerzo. Es un encargo muy especial. Es para un regalo a una persona que aprecio mucho.

Daniel no podía negarse. Y no es que hubiera declinado encargos, es que aquella mujer la intrigaba. Tenía una sensación peculiar.

- De acuerdo. -dijo Daniel-. Si quiere pasamos a mi casa y hablamos del encargo.
- No hace falta. Vengo el día que tenga libre y empezamos.
- Pero, tendrá alguna idea sobre el retrato.-Daniel estaba cada vez más confuso.
- Usted es el artista -su sonrisa podía con cualquier negativa-. ¿Cuándo empezamos?
- Mañana - se sorprendió Daniel respondiendo.
- Pues hasta mañana. Por cierto, mi nombre es Yolanda.

El resto del día fue una pérdida de tiempo. Daniel perdió toda la concentración. Esa mujer le provocaba sentimientos adversos. Por un lado, le gustaba comenzar un nuevo cuadro, especialmente cuando era un reto para él, no acostumbrado a retratar personajes. Por otro lado, su intuición le avisaba de algo que no podía ver.

Al día siguiente, un coche aparcó en la entrada de la casa. Un coche muy elegante. La mujer descendió del coche. Llevaba un largo abrigo de piel hasta los tobillos, donde se ceñían unas sandalias negras de alto tacón.

Daniel estaba en la cocina, cuando vio el coche por la ventana. Se encaminó hacia el estudio en cuya puerta estaba esperando Yolanda.

- Buenos días.
- Buenos días Daniel. ¿Preparado para empezar?
- Por supuesto -Daniel abrió la puerta-. Pase.
- Creo que debemos tutearnos. Vamos a estar juntos mucho tiempo.
- Bueno, por mi no hay problema. En cuanto al tiempo, dependerá del cuadro.
- No se preocupe. Deseará que el cuadro no se acabe.
- Siempre lo deseo. El entregar un cuadro es lo que menos me gusta. Y en este caso en particular, más aún, ya que cobraré por el tiempo que dedique.
- No se preocupe por el dinero -Yolanda le entregó un cheque el blanco firmado-. Cuando acabe ponga la cifra. No hay problema en la cantidad.

Daniel estaba cada vez más sorprendido y confuso.

- De acuerdo, hoy empezaremos por unos bocetos, para que yo pueda dimensionar el cuadro, y ver qué perfil usamos. Trabajaremos sobre papel y carboncillo. Luego comenzaré a esbozar el lienzo y entonces tendrás que venir para rematar las poses.
- Tú eres el artista. ¿Por dónde empezamos?
- ¿Qué postura deseas?
- Quiero una pose a lo "maja de Goya". La desnuda, por supuesto.

El autocontrol de Daniel estaba al límite. Este encargo era el más extraño y comprometido que jamás había tenido. Aprovechando que se encontraba de espaldas a Yolanda, preparando los cuadernos, tomó fuerzas para disimular su asombro y darse la vuelta.

- No creo que llegue a nivel de don Francisco, pero....
- Conozco tu obra. No me defraudará.

A continuación Yolanda desabotonó el abrigo y lo dejó caer al suelo. Debajo no llevaba nada.

- ¿Dónde me pongo? -su sonrisa delataba que se lo estaba pasando bien. El alborozo de Daniel era evidente, y Yolanda estaba disfrutando.

Daniel se apresuró a despejar el viejo sofa del estudio, cubriéndolo con una de las sábanas limpias que tenía guardadas en el viejo armario. Con un gesto señaló al sofa. Yolanda se recostó en la estudiada pose de la maja de Goya.

Daniel buscó otra sábana en el armario y la colocó sobre el cuerpo tendido.

- Es mejor la transparencia. -se justificó-. Mucho más estético.
- Usted es el artista.

Estuvieron todo el día realizando bocetos en papel. Al final del día, Daniel estaba agotado. Yolanda estaba fresca como una rosa. Era una modelo perfecta.

- Listo -dijo Daniel.
- Perfecto. - Yolanda se levantó sin preocuparse de ponerse el abrigo y se acercó a la mesa donde estaba el bolso. Le acercó una tarjeta a Daniel.- Llámame cuando tenga que volver. No hay prisa.

Yolanda recogió el abrigo. Daniel le ayudó a ponérselo. Después, abandonó tranquilamente el estudio.

Pese al cansancio, Daniel se puso a admirar los bocetos, pensando en la estructura del cuadro. Su mente vislumbró el acabado. Sin saber cómo, se encontró frente al lienzo del rincón. Lo destapó. El lienzo le habló sin palabras. Una sonrisa apareció en el rostro de Daniel.

- Casi cuarenta años - musitó-. Te ha costado casi cuarenta años.


Tres meses después, Yolanda abandonó el estudio con un paquete envuelto y metido en un carpeta porta-cuadros.
En el interior del estudio Daniel, en el momento en el que el lienzo abandonaba el estudio, cayó fulminado al suelo.

P.D.: Este relato fue fruto de un mini concurso en un foro desaparecido y por inspiración de una de mis canciones favoritas.

"El pintor y la modelo" Danza Invisible

¡Vuélvete!, tu imagen emerge del blanco del lienzo
entre la vida y tú y yo no hay nada,
no sé si mis colores te captarán,
pero hemos de intentarlo, pero hemos de intentarlo,
y mi tela y tu piel en mis dedos se confundirán

¡Mírame!, desde tus ojos mi pincel te ve
¡Mírame!, desde tus ojos mi pincel te ve

¡Vuélvete hacia mi!, tu voz me distrae
es mejor el silencio,
en este estudio desnudo no hay nada,
la superficie te ha de atrapar,
tienes que conseguirlo, tienes que conseguirlo,
y mi tela y tu piel en mis dedos se confundirán

¡Mírame!, desde tus ojos mi pincel te ve
¡Mírame!, y tus secretos yo desvelaré

¡Vuélvete! Tu imagen emerge del blanco del lienzo
en este estudio no hay nada,
no sé si mis colores te captarán
pero hemos de intentarlo, pero hemos de intentarlo
pero hemos de intentarlo (una vez más)

¡Mírame!, desde tus ojos mi pincel te ve
¡Mírame!, y tus secretos yo desvelaré
y tus secretos yo desvelaré
desde tus ojos mi pincel te ve,
¡Mírame!

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