martes, 8 de enero de 2008

2.008. Nuevo año

Antes de nada, Feliz Año a todos.

Por el momento, mi primer día de trabajo de año es tranquilo. He conseguido leer todos mis correos, retomar las cosas pendientes que tenía, y todavía no me han dado la lata. Debe ser que no me han visto, o que me están dando un poco de tiempo. Va a ser que esto último, así que estoy acumulando fuerzas.

Mis vacaciones han sido tranquilas. Demasiado tranquilas, diría yo. Todavía me puedo poner el cinturón en el mismo agujerito, aunque con algo más de presión. Otros años ha sido peor.
Estoy leyendo "Un mundo sin fin", que es la continuación de los Pilares de la Tierra. Fue uno de los regalos de mi cumpleaños. El libro está bien. Al principio más lento que el otro. Debo llevar unas 700-800 páginas y el libro me gusta. Ha ido mejorando conforme avanzaba. En cualquier caso, no está a la altura de su predecesor. A mi me encanta Ken Follet, y he leído la mayoría de sus libros. El tío escribe muy bien y engancha. Yo ya me esperaba algo así. Una segunda parte es algo muy complicado. Y no estoy diciendo que el libro no me guste. Me gusta bastante y me engancha. Cuando prefiero leer a jugar a las consolas, es que el libro es bueno y no puedo dejarlo. En este caso ha sucedido. Pero no se puede comparar a los Pilares de la Tierra; yo iría más lejos y diría que no es tan bueno como "Un lugar llamado libertad" o "Una fortuna peligrosa". Aún así, ojalá supiera yo escribir algo parecido a eso, aunque sea en un 20%. Otra cosa que hace que no cumpla los baremos de libro extraordinario, es que, por el momento, no me ha hecho llorar, ni me ha puesto los pelos de punta. En los Pilares de la Tierra, yo ya había llorado como una magdalena un par de veces. Eso hace que el libro gane puntos. Ya os contaré cuando lo acabe. Imagino que para el fin de semana.

Después de esta disertación, y cumpliendo mi última promesa del año pasado, he recuperado el relato que hice para el cumpleaños de kiara de 2006 y lo pongo. Voy a trabajar sobre él, y ya iréis teniendo noticias. Aunque antes de ponerme con él, tengo otro trabajito que también os contaré...

Por cierto, el relato no tiene título, así que le he llamado "Sin título".

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Gruesas gotas de lluvia chocaban contra la ventana. A través de la ventana el paisaje era espectacular. El cielo tenía un color plomizo y su reflejo le daba al mar unas tonalidades oscuras, sólo rotas por las espumosas crestas de las olas que el fuerte viento levantaba.

Protegida del exterior, Ana contemplaba absorta el paisaje. Nada más que por eso, merecía la pena estar allí. De hecho, una de las razones de aceptar aquel trabajo fue el poder estar cerca del mar.

Hará cosa de dos años, un amigo le propuso participar en este trabajo. Ana estaba en la playa dando un paseo, cuando se encontrón con Ángel, trabajador social en el ayuntamiento del pueblo.

- Precisamente he estado pensando en ti -le comentó Ángel.
- ¿Y eso?
- Mira, el alcalde me ha estado contando un proyecto y la verdad es que en cuanto acabó, pensé que podías encajar perfectamente.
- Pues cuéntame eso tan interesante
- ¿Te suena el nombre de Juan Madir?
- Me suena.
- Juan Madir es amigo de la infancia del alcalde, además de ser una persona con una gran fortuna. Su tía-abuela le dejo bastante dinero de herencia, y entre un poco de suerte y que es muy inteligente, se ha hecho con una fortuna considerable.
- ¿Y qué tiene que ver conmigo?
- Al grano; como medida para pagar menos impuestos, Juan Madir crea fundaciones sin ánimo de lucro con fines sociales. La última se le ocurrió el pasado verano, cuando cenaba con nuestro alcalde. Entre unas cosas y otras surgió el tema de crear una fundación aquí, en el pueblo.
- ¿Y qué va a hacer una fundación en el pueblo?
- Te explico. La idea es buena. Juan Madir tenía en mente crear una institución que atienda a personas que necesiten apartarse de sus entornos. Su idea es ayudar a personas que hayan sufrido algún trauma, que pueda solucionarse con una terapia suave y en un lugar ajeno a todo lo que conocen y que les pueda recordar el origen de los problemas. Formarán un consejo que estudiará posibles casos y seleccionará aquellos que encajen con los perfiles establecidos.
- ¿Y qué pinto yo en un manicomio?
- No es un manicomio -le recriminó Ángel. Es un sitio para apartarse de los problemas para casos especiales. Y lo que tú pintas, es que quieren que, independientemente del personal médico o asistencial que forme parte de la fundación, lleve la casa. Ya sabes, preparar la casa, llevar la cocina, la limpieza, y cosas así.
- Pero si yo no he trabajado nunca en un hospital -comentó Ana, no muy convencida.
- No es un hospital. Tienen pensado acondicionar la antigua casa del acantilado. Con las reformas necesarias, puede dar cabida a unas veinte personas. Podrías participar desde el principio, y decidir sobre todo lo que no tenga que ver con cuestiones terapéuticas.
- No sé. -Ana meneó la cabeza, aunque en el fondo ya estaba pensando cómo hacerlo.
- El alcalde me ha pedido consejo, y yo he pensado en ti. Todos te conocen en el pueblo, alcalde incluido. Juan Madir sólo ha pedido conocer a la persona, para ver cómo es. Aunque nos ha dicho que se fía de nuestro criterio, y que aceptará nuestras propuestas.

Los dos miraron al horizonte, evocando los mismos recuerdos.
Ana se marchó del pueblo a estudiar a Madrid, donde vivía con sus tíos. Se convirtió en profesora de gimnasia, y se puso a trabajar en un colegio de Madrid. Pasados un par de años, en unas jornadas sobre educación, conoció a Miguel, un joven que junto con otro socio, había fundado una empresa que organizaba eventos y convenciones.
Después de un año, en el que se dedicaron a conocerse, Ana y Miguel se casaron. La empresa iba bien, así que aprovechando el embarazo de Ana, ésta dejó la educación, y se puso a ayudar en la empresa. El trabajo era más tranquilo, y, además, le permitiría, cuando naciera el bebe, seguir trabajando sin dejar al bebe.
Cuando el bebe, una niña a la que llamaron Yolanda, tenía apenas dos años, Miguel murió en un accidente de tráfico.
Ana aguantó en Madrid unos meses, pero después, su estancia allí sin Miguel era insoportable. Siempre habían jugado con la idea de mudarse a un lugar cerca del mar; un mar que Ana añoraba. Así que le vendió al socio de Miguel su parte de la empresa, y volvió a casa.

Vivía en casa de sus padres, y con el dinero que obtuvo de la venta, podía vivir holgadamente sin necesidad de trabajar, al menos hasta que Yolanda fuera un poco mayor.

Ahora, años más tarde, se le ofrecía una oportunidad, que bien mirada, no podía venir en mejor momento. Yolanda tenía diez años, los padres de Ana habían muerto con escasos meses de diferencia, y no tenía nada con lo que llenar los huecos de su soledad.

- Acepto -dijo asintiendo enérgicamente con la cabeza.

Lo meses siguientes fueron de constante ajetreo. Contrataron una empresa para reformar la casa, siguiendo las peticiones del equipo médico de la fundación, y de Ana, que aportó sus ideas. Una de ellas fue la cocina, creada de nuevo, como un anexo en uno de los laterales de la casa. Ana se ofreció, no sólo a gestionar la logística de la casa, sino a hacer labores de cocinera. Para ello diseñó una gran cocina, con un gran ventanal que miraba al mar, y una zona acristalada, con salida a un porche, desde donde se podía observar el camino de subida a la casa.

Las imágenes de la inauguración, pasaron por su mente. Juan Madir acudió a la fiesta de inauguración y quedó gratamente sorprendido por cómo había quedado la casa. No faltaron halagos para Ana. Juan Madir era una persona seria, pero cordial, que parecía encontrase muy cómoda de vuelta al lugar que le vio nacer.

Mirando de nuevo el mar revuelto, no pudo menos que pensar en lo apropiado del tiempo. Iba a ser un día gris, y el tiempo acompañaba. La tarde anterior, el director del consejo asesor de la fundación llamó para decir que el propio Juan Madir iba a ocupar una de las habitaciones libres de la casa. La sorpresa fue mayúscula. Nadie sabía qué le ocurría al señor Madir.
Desde ese momento, todo el mundo comenzó a ponerse nervioso. Se revisaron todas las cosas varias veces, se limpió a fondo toda la casa, se hicieron pedidos especiales para que no faltara nada, y se discutió sobre qué habitación iban a darle. Las habitaciones eran muy agradables; todas tenían un baño completo dentro, y cada una era diferente de las demás. Cada habitación tenía unas características que la hacían apropiada para determinados pacientes.
Al final, decidieron trasladar al paciente que ocupaba la habitación de la buhardilla, para dejársela al señor Madir. La habitación era, sin duda, la mejor de la casa. Apropiada para pacientes que no quisieran o no debieran relacionarse con los demás, ya que poseía una escalera exterior que permitía entrar y salir, sin pasar por la puerta principal. Normalmente la puerta estaba cerrada con llave para que el paciente no pudiera salir y entrar a sus anchas, pero en ocasiones se dejaba abierta para casos que no requirieran esa atención. Además, se usaba como habitación de invitados, cuando, excepcionalmente, alguien de fuera necesitaba pasar alguna noche en la casa.

Sus reflexiones se vieron interrumpidas por la aparición de un coche por el camino de subida. Sin duda el coche del señor Madir.
Ana cogió el teléfono y marcó la línea del director médico.

- Hola Luis. Creo que ya están aquí.
- Gracias Ana. Voy para allá y salimos a recibirle.

Resguardados de la lluvia bajo el porche, los dos observaron la llegada del coche. Se detuvo en la entrada y el chofer acudió presto con el paraguas en la mano, a abrir la puerta del pasajero.
Un Juan Madir demacrado bajó del coche con una carpeta bajo el brazo.

- Buenos días. - su voz sonaba débil. Espero no causar muchas molestias.
- Para nada -contestó el doctor. Nunca es una molestia una visita suya.
- No es una visita de cortesía -respondió con una media sonrisa. Y no me habéis de usted, por favor.
- Bienvenido señor Madir -Ana se acercó a saludarle.
- Juan, pro favor.
- De acuerdo. Es mejor que pasemos. Con este tiempo nos vamos a quedar helados.

Los tres pasaron a la casa, seguidos por el chofer, que portaba una maleta.

- Gracias Eduardo -le dijo Juan, dirigiéndose al chofer. Ya puedes volver a Madrid. No te voy a necesitar.
- De acuerdo señor. Cuando necesite mis servicios, llámeme.

Cuando el chofer hubo cerrado la puerta, Ana y Luis miraban a Juan, un tanto indecisos.

- No creo haber visto la casa por dentro -comentó Juan. En la inauguración, apenas pisé la casa.
- Podemos dejar la maleta en mi despacho y luego enseñarle la casa -sugirió Luis.
- Adelante.

Se encaminaron al despacho de Luis, que estaba al fondo de la planta baja. Una vez dejada la maleta, salieron al pasillo.
La planta baja tenía la enfermería al lado del despacho de Luis, un comedor y una sala de recreo a continuación del pasillo, y al final el recibidor y la cocina en la esquina opuesta.
Las dos siguientes plantas, tenían 12 habitaciones cada una, y en la última planta la buhardilla donde se alojaría Juan.

- Además -puntualizó Ana-, en el sótano están los almacenes de material y de cocina y una sala de gimnasia.
- La verdad es que le hemos sacado partido a la casa -comentó Juan.
- La casa era una residencia de verano de una familia muy numerosa, que venían con los sirvientes. Las reformas han hecho el resto.
- Si no os importa -dijo Juan-, me gustaría explicaros qué me ha traído aquí. ¿Podemos ir a un sitio tranquilo?
- Ana y yo solemos tomar una taza de café en la cocina. Es un sitio tranquilo, las otras salas comunes siempre tienen gente.
- Perfecto.

En la cocina, Juan les contó que llevaba un año muy movido, con problemas en las empresas, con el divorcio de su mujer y que hacía un par de días sufrió un infarto. El médico le recomendó tranquilidad y que bajara el ritmo.

- Era justo lo que estaba esperando, aunque sin saberlo. Llevaba meses intentando cerrar temas, pero siempre aparecía algo. Siempre piensas que si no haces tú las cosas no las hará nadie mejor, y eso casi acaba conmigo. Ya acabó con mi matrimonio y no quiero que acabe con nada más. He dejado todo en manos de los demás. Les he dejado poderes para hacer lo que quieran. En el fondo, pueden funcionar sin mí. Así que, como necesito tranquilidad, y deseo dar un giro a mi vida, pensé volver aquí, si había hueco.
- Lo hay -ratificó Luis. Pero creo que debemos hacerte una revisión completa, fijarte una dieta y una rutina de ejercicios para controlar tu corazón. Es la rutina habitual para casos como el tuyo.
- Creo que eso puede esperar hasta mañana -dijo Ana. Veo a Juan cansado. Una buena y sana comida, una siesta y un paseo por la playa, si el tiempo nos da un respiro, y mañana estará mucho mejor.
- Suena estupendamente -respondió Juan con una sonrisa.

2 comentarios:

Manz dijo...

Este pinta mucho mejor que el anterior.
Como sugerencia personal te diría que lo prolongaras más que el anterior, ya que el planteamiento original creo que te da bastante libertad. No lo finalices apresuradamente... si te quedas en blanco, y quieres meter algo en el blog, haz una crítica sobre el tráfico de Madrid, que da mucho juego.

¡Un saludo!

madavar dijo...

bueno, la segunda parte para cuando? ya estoy viendo la relación Ana-Juan en el horizonte, pero creo que algo de intriga con un nuevo paciente relacionado con la infancia de Juan no estaría mal ;)